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BERNARDO DE MONTEAGUDO. La urna con sus restos, poco antes de ser colocada en nuestro Cementerio del Oeste, en 2016.

En la “Historia” de Vicente Fidel López


En su clásica “Historia de la República Argentina”, Vicente Fidel López trazó, con frecuencia, detenidas semblanzas de próceres. Ellas tienen valor porque, o los conoció personalmente, o recibió testimonios directos de quienes los trataron. En el tomo VII, pinta al tucumano Bernardo de Monteagudo, sin simpatía. Era la época en que estaba muy unido a Bernardo O’Higgins, a quien, dice López, “sobrepasaba en cien codos de inteligencia, de maldad y travesura”.

Expresa que “la figura de Monteagudo correspondía admirablemente a su carácter. Llevaba el gesto siempre severo y preocupado: la cabeza algo inclinada al pecho, pero la espalda y los hombros tiesos. Tenía tez morena y un tanto biliosa; el cabello renegrido y ondulado; la frente espaciosa y de una curva delicada; los ojos negros y grandes, entrevelados por la concentración natural del carácter, y muy poco curiosos”.

Agrega que mostraba “el óvalo de la cara agudo; la barba pronunciada; el labio grueso y rosado; la boca firme, y las mejillas sanas pero enjutas”. El tucumano “era casi alto; de formas espigadas; la mano preciosa; la pierna larga y admirablemente torneada; el pie correcto como el de un árabe. Monteagudo sabía bien que era hermoso y tenía tanto orgullo en eso como sus talentos; así es que no sólo vestía siempre con sumo esmero, sino con lujo y adornos”.

A juicio de López, nada tenía de cobarde, pero “su imaginación sombría y al mismo tiempo artera, era asustadiza y prevenida en el terreno de la política, contra los enemigos de sus planes y de lo que él entendía por bien de la patria”. Así, “la exageración de las resoluciones y el extremo de las responsabilidades del poder no lo asustaban: tentaban más bien su alma con esa vaga inclinación que algunos hombres sienten en las grandes alturas por echarse al abismo”.