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“SIESTA DE PROVINCIA”. Dos señoritas, en el óleo que ejecutó en Tucumán un gran pintor peruano, Teófilo Castillo.

El criterio reinante en el Tucumán de 1909


¿Podía aceptarse que una señorita bien educada, en el Tucumán de 1909, saliera a la calle sin que la acompañase una empleada doméstica? ¿Sería mal mirado que lo hiciera sola, “no habiendo entrado en la mayor edad”? El diario “El Orden”, del 22 de enero, en la columna “Social” y ante una consulta, procedía a ocuparse de ese “punto escabroso de costumbres y usos femeninos”.

El cronista -o la cronista- apuntaba que “han variado mucho los hábitos en los últimos tiempos”. Y que veinte, treinta o cuarenta años atrás, “la compañía de la mucama era forzosa para la distinción, ya que no tanto para la seguridad, de una joven bien reputada”. Sea “porque los hombres de ciertas clases no conocieran suficientemente el respeto por el sexo débil”, o que “se estimara en tal fecha el recato de las doncellas”, esa presencia era imprescindible.

Pero ahora, “los vientos son otros. Caemos más bien del lado yanqui, que autoriza a la mujer, aunque sea niña, a recorrer el mundo, mucho más las calles de una ciudad conocida, solita, sin temor de que sufra su decoro ni se marchite su inocencia”.

Añadía: “Hay en nuestra sociedad algunas señoritas que todavía prefieren salir con su dama de compañía o con su institutriz, antes que solas”. Esto era “sin duda prudente, porque la vía pública tiene peligros”; y hasta “puede afirmarse que es de buen gusto”. Pero no quería decir que signifique lo contrario salir sin “chaperon”.

Ahora bien, para que la compañía “no resulte ridícula, ni afecte el aspecto de un centinela de vista, conviene no guardar distancias ni demostrar diferencias”. Es decir, la criada no debía ir atrás sino al lado, para evitar “la sonrisa y el comentario”.