“Falta de verdad, ecuanimidad y buena fe”.
El doctor José Ignacio Aráoz (1875-1941), solía publicar, en “El Orden”, agudas notas de actualidad. Una de ellas, de setiembre de 1918, titulada “Filosofícula”, destacaba, como una de las características nuestras, “la ausencia de verdad, ecuanimidad y buena fe en el pensamiento de los hombres, exteriorizado en cualquier tribuna, prensa, libro o conversaciones sociales”.
Percibía que “un concepto equivocado e innoble de partidismo hace que siempre, se crea o no en lo que se diga, deben atacarse y minarse los hechos y personas de los contrarios y defender las de los suyos, bajo pena de ser calificado de traidor o mal amigo”.
Así, “pobre del diputado o concejal si llega, en un momento dado, a ser verdaderamente favorable o adverso en sus juicios acerca de un acto del gobernador o del intendente, contrario o camarada. En uno y otro caso sus amigos, de seguro, lo tildarán de dudoso o de tránsfuga”.
Agregaba que sobre todo en política, “esta desviación del sentido moral humano, no tiene limite; y para aquellos que no son profesionales (de la política) y dando algún valor a la verdad, es de altísimo interés la rectificación de esas bases del juicio público. Pues, si todos los portavoces del pensamiento colectivo han de juzgar mal al que dice o hace lo que cree bueno y verdadero, pero que no satisface las extremas banderías, vale más pegarse a estas que, al fin y al cabo, dan provecho, prescindiendo de los dictados de la conciencia y de la verdad que, o no satisfacen, o no se creen sinceros”.
Así, “para el radical no debe haber hombres ni actos del viejo régimen que sean buenos y, a la inversa, para éstos el radicalismo debe ser siempre exclusivamente un azote para la República”. De ese modo, “no es posible edificar nada bueno”.