Tenía muchos amigos y muchos adversarios.
El doctor Amador L. Lucero (1870-1914) nació en San Luis, pero fue traído muy niño a Tucumán, donde se educó. Bachiller del Nacional, se doctoró en Medicina en la Universidad de Buenos Aires, y adquirió gran prestigio en la especialidad forense. Pero además se destacó en esa capital como periodista y musicólogo, y llegó a dirigir el Teatro Colón.
Era un personaje por demás interesante y original, de vasta cultura. Su amigo Juan B. Terán escribió que, a pesar de su talento, Lucero “no pudo dar la medida, no de lo que habría podido ser, sino de lo que ya era realmente, pero detenida su obra por los azares de la política y las dificultades de su propio temperamento aristocrático”. Pensaba que “sin su nombre no estará completa la galería intelectual de estos años”.
Durante los mandatos consecutivos de Lucas Córdoba fue dos veces diputado a la Legislatura Provincial, presidente del Consejo de Higiene y finalmente diputado nacional por Tucumán, de 1902 a 1906. Fue entonces que se radicó definitivamente en Buenos Aires.
Así como lo apreciaban cálidamente hombres como Terán y Ernesto Padilla, su modo de ser le había granjeado la antipatía de otros. Por eso, cuando el gobernador Córdoba lo puso al frente del Consejo de Higiene, los adversarios de Lucero publicaron, en “El Orden” del 10 de noviembre de 1888, con el título “Luces luquistas”, unos versos de crítica al nombramiento. Decían: “Por lucir, Lucas, tus luces/ quieres lucir a Lucero,/ y aunque el pueblo se haga cruces/ a tu Lucero introduces/ en luciente candelero.// Mas, en el vuelo postrero/ de tus luminosas alas/ olvidaste por entero/ que si luces a Lucero/ luces, Lucas, luces malas.// Y cuando tus luces cruce/ una luz de buen sentido,/ sin que tu mente se aguce/ verás que mientras se luce/ Lucero, tú estás lucido”…