Semblanza que le dedicó este diario en 1913.
Cuando fallecía algún hombre público de relieve nacional, las entonces flamantes columnas de LA GACETA (fundada en 1912) no se conformaban con transcribir las notas necrológicas que, desde Buenos Aires, remitían los telegramas. Uno de sus periodistas -acaso su director- sin firma, trazaba una eficaz y a veces polémica semblanza del fallecido. Buena muestra es, nos parece, la semblanza que el diario dedicó a la muerte del célebre médico, político y literato Eduardo Wilde, cuya madre, doña Visitación García, era tucumana.
Como se sabe, Wilde falleció en Bruselas el 4 de setiembre de 1913, cuando se desempeñaba como embajador en la capital belga. En la edición del día 6, escribía el periodista tucumano que “acaba de apagarse para siempre una de las más claras inteligencias argentinas; una de esas altas intelectualidades que se imponen a los espíritus selectos, a pesar de todos los errores políticos o las fallas morales que hayan podido amenguar un tanto el brillo del talento, siempre luminoso y siempre respetado. Y es para el escritor, para el literato, para el ironista, este merecido homenaje póstumo. El diplomático, el médico, el orador parlamentario, quedan muy oscurecidos ante este hombre de letras”.
Expresaba que “Wilde fue un fino crítico de la comedia humana; un hábil y sincero comediante, mejor dicho, que se burlaba sin piedad de su propio papel de cortesano, con un aticismo digno de Voltaire, con el que tuvo muchos puntos de contacto. ¿Es esto un elogio? Para los moralistas educados en el catecismo del Padre Astete, ciertamente que no, y nos felicitamos de ello. Wilde también hacía gala de su desdén por la gazmoñería, repugnante a su temperamento demoledor y a su ‘nonchalance’ de hombre de mundo. El autor de ‘Prometeo y Compañía’ tiene derecho a un sitio en el Panteón, en una palabra, si no por su austeridad de repúblico, al menos por su talento literario”.