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JUAN B. TERÁN. Primera de las dos medallas que acuñó en su homenaje la Academia Nacional de la Historia.

Terán le exigía “vocación de porvenir”


En “La salud de la América española” (1926), Juan B. Terán decía que la fotografía era comparable con la historia. Una foto inmoviliza y embellece de añoranza aquello que registró. La historia hace algo parecido: lo que pasó queda en el recuerdo colectivo como una edad de oro. Aparece así el peligro. El fenómeno es “aceite para el culto de nuestro gesto”, porque “sabiendo cómo somos, tendemos a ser iguales a nosotros mismos”. Tomamos posesión de un patrimonio que amamos porque es nuestro. Se produce entonces una “hiperestesia de la personalidad”, que es “vivero de egoísmo” y asiento cómodo para “la beata contemplación de sí mismo, escuela de quietismo y de arrogancia”.

Juzgaba que en el historiador, hay un imperioso requerimiento de probidad. Al que quiera hacer hablar al pasado por un mero fervor artístico o de anticuario, se le pueden excusar los recursos de arte o de ingenio. Pero estos no se pueden permitir a quien, “en vez de excavar ruinas, está explorando la tierra en que han de asentarse cimientos”.

Pensaba Terán que el historiador debe tener una “vocación de provenir”, que sepa ver en el pasado un “destino de reconstrucción y florecimiento”. Thierry, en su “Carta sobre historia de Francia”, decía que retirado de la actividad, se refugiaba en el mirador de la historia, para desde allí “dar a su país lo que no le era permitido darle en la agitación de las plazas”. Expresaba así la condición más valiosa del historiador: preservarse de “la adoración del pasado” y de “la adulación del presente”. Sostenía que, entonces, “cuanto más se piensa en el porvenir, mejor se sirve a la vida, porque no estando aun tocado, puede lograr una pureza imposible ya para el presente”.