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ALBERTO ROUGÉS. El filósofo al centro, entre Manuel Lizondo Borda y Juan Alfonso Carrizo.

Pesar de Rougés ante la muerte de Bunge.


El 24 de mayo de 1943, falleció en Buenos Aires el célebre ingeniero Alejandro Bunge. Catedrático universitario y estadígrafo, era autor de originales investigaciones económicas y sociales. A muchas de sus conclusiones las sintetizaría en su último libro, “Una nueva Argentina”, aparecido en 1940.

El filósofo tucumano Alberto Rougés (1880-1945) mantenía con Bunge una viva relación. En la carta de pésame que dirigió a su familia el 2 de junio, Rougés le dijo que consideraba, su vieja amistad con el estudioso porteño, “uno de los bienes más preciados de mi patrimonio espiritual”. Opinaba que su desaparición tenía “un gran significado social, puesto que no pocas veces señaló a nuestro país el camino seguro, en horas oscuras en que había perdido el rumbo. Su clarísima inteligencia iluminó grandes problemas nacionales, y más de una vez, vigía siempre alerta, dio la oportuna voz de alarma, señalando un grave peligro que se acercaba”.

A juicio de Rougés, la muerte de Bunge planteaba “graves problemas que aguardan una solución. ¿Quién lo reemplazará? ¿Quién verá lo que él veía tan claramente? ¿Quién vigilará como él vigiló? Lo cierto es que tiene derecho a dormir en el regazo de la patria”.

Afirmaba que, en sus últimos años, Bunge “planteó el problema más grave de nuestra vida nacional y lo iluminó con su inconfundible luz”. Era la cuestión de “nuestra desnatalidad”. Así, “su prestigiosa voz resuena todavía en la conciencia argentina, como una exigencia imperiosa”, aunque “nada se ha hecho” que guarde proporción con el asunto. “Muchos dirigentes permanecen aún tan ciegos como antes. Hacer lo que es necesario para resolver tan angustioso problema, sería un homenaje digno de su preclara memoria. Quiera Dios que se lo tributemos”.