Gran negocio en la colonia y después
En “La ciudad arribeña”, Julio P. Ávila recuerda que los principales auxiliares del comercio de Tucumán en tiempos de la Independencia, eran los troperos de carretas y carretillas y los arrieros de mulas. Las carretas iban de ida y vuelta de Buenos Aires hasta Jujuy, y las largas arrias de mulas llevaban productos de Catamarca, La Rioja y San Juan, a Buenos Aires, y regresaban con las manufacturas que importaba Tucumán del puerto.
Por eso construir carretas y transportarlas eran negocios muy lucrativos. Y generaban una gran actividad de curtiembre, “por el gran consumo que las tropas o arrias hacían de cueros cutidos en forma de aparejos, riendas, bozales, pecheras y aperos”.
Así, tanto las talabarterías como las platerías trabajaban muy activamente. Los hombres necesitaban siempre el caballo, aunque vivieran en la ciudad, ya que no había otro medio de movilidad. “Y las mujeres, para realizar viajes a las estancias, exigían sillas y riendas adornadas de plata y oro”.
Según Ávila, “no había casa en donde hubiese hombres, que no contara con una o más caballos de servicio o de paseo. Y era tan general el lujo en las aperadas, que en las fiestas religiosas, y desde que empezaron a celebrarse el 25 de Mayo y el 9 de Julio, el Cabildo ordenaba a los ciudadanos presentarse en caballos bien adecentados; es decir, relucientes de plata y otros metales”.
Todo hombre “era dueño de grandes y pesadas espuelas de plata, cosa tan indispensable como las botas de becerro o de charol”. En cuanto a las familias, disponían de “grandes pailas de cobre, para hacer dulces y poros” y eran de plata “fuentes, jarras, cucharas y platos”.