Imagen destacada
JULIO LÓPEZ MAÑÁN. Hacia l907, se tomó esta fotografía del distinguido tucumano. Aparece mirando a la cámara, al lado de su amigo Santiago Maciel

Jurista, catedrático, historiador y sociólogo, Julio López Mañán fue progresista ministro y diputado nacional, así como memorable director de la Defensa Agrícola.


Suele denominarse “Generación del Centenario” al grupo que, en la primera década del siglo pasado, otorgó a la vida espiritual de Tucumán ese inédito impulso renovador que culminaría con la fundación de la Universidad. Entre sus integrantes, Julio López Mañán fue una figura de primera línea. De “espíritu sutil y admirablemente hermoso”, lo calificaría Juan P. Ramos.

Nació en esta ciudad, el 3 de marzo de 1878. Sus padres fueron don Benjamín López –hijo del gobernador Javier López- y doña Javiera Mañán. Eran siete hermanos. Se educó en el Colegio Nacional, de donde egresó bachiller en 1894. En Buenos Aires se recibió de abogado a los 23 años, y se doctoró a los 25, con la tesis “De los avíos en general”, laureada con Diploma de Honor.

En una evocación, Juan Heller recordaría que López Mañán y su sobrino Juan B. Terán, ambos estudiantes de los cursos superiores, trataban de alentar las vocaciones de los jóvenes: les daban consejos y les prestaban libros. López Mañán, dice, “poseía esa imanación particular, esa bondad que desde el corazón parece difundirse por todo el ser, se asoma a la mirada, se traduce en algún gesto y tiembla en la sonrisa y en la voz”.

Abogacía y cultura
Volvió a Tucumán. Abrió estudio de abogado y enseñó en el Colegio Nacional. Con sus dilectos amigos Terán, Luis F. Nougués, José Ignacio Aráoz, Alberto Rougés, Ricardo Jaimes Freyre y Heller, se reunían en cotidianas tertulias. Barajaban proyectos de cultura y de política. En 1904, con López Mañán y Terán como redactores y bajo la dirección de Jaimes Freyre, apareció la “Revista de Letras y Ciencias Sociales”.

Se editó regularmente cada mes, hasta 1907, y publicó un total de 39 números, agrupados en siete gruesos tomos. Los estudiosos ponderarían la gran importancia que pronto adquirió en las letras del país y del continente.

Corría 1905, cuando López Mañán fue designado presidente de la Sociedad Sarmiento, máxima institución cultural de la ciudad por entonces. Desde ese cargo, organizó aquellos “cursos libres”, que pondría en marcha Juan B. Terán -su sucesor en la presidencia- y durante los cuales lanzó la idea de fundar la Universidad.

Años políticos
López Mañán había dejado la Sarmiento para actuar resueltamente en política, en la flamante Unión Popular, que llevó al gobierno al ingeniero Luis F. Nougués, en 1906. Nougués designó a López Mañán como su ministro de Gobierno. Unió así su nombre al progresista mandato, que reformó la Constitución de 1884, además de proyectar y promulgar leyes de señalada trascendencia.

En febrero de 1908, dimitió al ministerio para ser elegido diputado nacional por Tucumán. Le correspondió sobresaliente actuación en la Cámara. Proyectó y logró la sanción de leyes significativas para su provincia. Tales, la de instalación del Ingenio Modelo en la Quinta Agronómica; la de construcción de la avenida a Tafí Viejo; la de desecación de terrenos insalubres en las márgenes del río Salí, por ejemplo.

Tuvo intervención resonante en varios debates de normas nacionales, como los que depararon la ley Saavedra Lamas, sobre azúcares; la de creación de los Ferrocarriles del Estado; la de instalación del cable telegráfico a Europa, entre muchas otras. Ocupó la primera plana de la prensa nacional su brioso y fundamentado discurso del 10 de noviembre de 1911, al debatirse la ley Sáenz Peña. En esa pieza, elaboró la más eficaz y documentada defensa de la lista incompleta.

La Defensa Agrícola
No dejó por eso de actuar como protagonista en la política de Tucumán, como dirigente de la Unión Popular. Sus turbulencias le terminarían acarreando profundas amarguras. En 1910, trasladó su residencia a Buenos Aires. Dos años después de terminar el mandato en el Congreso, fue puesto al frente de una importante repartición de esos tiempos: la Dirección General de Agricultura y Defensa Agrícola.

Dos años ocupó el cargo, y dejaría allí profunda huella. Según el ingeniero Emilio Coni, su paso por la Defensa Agrícola abrió “un período de febril actividad”. Era un decidido partidario de la investigación. Logró que se incluyeran, en el presupuesto nacional, partidas para instalar cinco estaciones experimentales agrícolas en las provincias, similares a la que Tucumán tenía desde 1909, además de subestaciones para tareas especiales. Para dirigirlas, buscaba los más capacitados especialistas extranjeros.

Gestión memorable
Lo obsesionaba la tecnificación del agro. Creó para eso un departamento específico: la Oficina de Mecánica Agrícola. Logró también instalar la Oficina de Hidrología, para dar unidad a los métodos de riego, al uso del agua como fuerza motriz y a la difusión de métodos de cultivo sin irrigación en regiones áridas. Le preocupó la lucha contra las plagas, que en esa época se circunscribía a la de la langosta, con descuido de las otras. Por eso instaló las Oficinas de Desinfección, en varias provincias, así como centros para preparar plaguicidas.

En cuanto a los bosques, organizó comisiones dirigidas por expertos extranjeros, para practicar un primer inventario y así confeccionar el “Mapa Forestal Argentino”. Entendía que “hoy por hoy, carecemos de bases científicas para llegar a una conclusión cualquiera”. Sostuvo con vehemencia la necesidad de un refuerzo sustancial de partidas, para controlar el patrimonio forestal. “De otro modo, todo será inútil; con opiniones no haremos nada”, expresó.

“Tucumán antiguo”
Obtuvo la donación de 20 hectáreas en Villa Nougués, para instalar una planta de investigación (sería la Granja de la Universidad, que subsiste teóricamente hasta hoy), y de 67 hectáreas en Tapia, para “una subestación de cultivo en secano”.

Son sólo datos aislados de una tarea infatigable, que se desarrolló hasta 1914. Quedó documentada en múltiples folletos e informes, y en “El problema agrario argentino”, concienzudo trabajo panorámico de López Mañán, que se editó en castellano y en francés.

En 1916, dio a la imprenta su único libro: “Tucumán antiguo. Anotaciones y documentos”. Allí compiló artículos aparecidos en los tiempos de la “Revista”. Era un muy valioso material, revelador de las condiciones de historiador, de sociólogo y de jurista de López Mañán: las aplicaba a distintos momentos del pasado local, con una notable penetración.

El capítulo final dejaba el pasado y saltaba al futuro. Proponía, visionariamente, que el Centenario de la Independencia fuera celebrado por el gobierno con una vasta expropiación en el cerro: así se formaría la gran reserva forestal de Tucumán.

Un intenso trajín
En 1917 se constituyó, en Buenos Aires, la Confederación Argentina del Comercio, la Industria y la Producción. El doctor López Mañán asumió la secretaría general y luego la vicepresidencia. Las recomendaciones y documentos de esa institución tuvieron, durante varios años, una gran influencia en las actividades mercantiles y bursátiles del país. López Mañán dedicó extensos artículos a esos temas, y muchos fueron editados en gruesos folletos.

La extraordinaria actividad del tucumano se desarrollaba paralela al dictado de cátedras, en la Universidad de Buenos Aires y en la de La Plata, y al ejercicio de la profesión, que retomó poco después de dejar la Defensa Agrícola.

Su estudio adquirió rápido prestigio y le llegaron muy sonados pleitos, como el del Gobierno Nacional contra la empresa constructora del Palacio del Congreso. El trajín de los Tribunales empezó a ocupar todo su tiempo. En 1916, comentaba, con cierta melancolía, a Alberto Rougés: “esto de la vida se parece mucho a la elaboración del azúcar: caña que entra al trapiche ha de seguir su carrera hasta volverse azúcar, so pena de perderse, y el trabajo que a uno le viene es así”…

Los últimos años
En lo físico, López Mañán era un hombre alto, delgado y elegante, de ojos castaño verdosos y poblados bigotes. Conversador atractivo y ocurrente, su genio vivo le hacía llamar siempre a las cosas por su nombre. Se casó con doña Elvira Molina y tuvieron seis hijos. El menor, Jorge, murió en la infancia dejándole una profunda tristeza en el alma.

Julio López Mañán dejó de existir el día de Navidad de 1922, a los 44 años. En su tumba, su gran amigo José Ignacio Aráoz dijo que “cierto dejo de pesimismo y desencanto lo amargó en sus últimos años. Pero estaba en error. Veía y le llegaba más la turbia y malsana superficie del medio social al que había dedicado sus mejores esfuerzos. Además, se ignoraba a sí mismo y no podía conocer el rastro y la impresión duraderas dejados por su espíritu y su acción en lo hondo y sano de su pueblo”.