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AMADOR LUCERO. “Unos ojos grandes, de mirar profundo y acerado”, en un rostro “de vivísima luz interior”. la gaceta / archivo

El testimonio de Juan Heller, quien lo trató


Cuando estudiaba en Buenos Aires, tuvo Juan Heller (1883-1950) ocasión de tratar al talentoso médico, político y hombre de cultura Amador L. Lucero (1870-1914), tucumano de adopción. En un artículo en LA GACETA de 1945, titulado “Maestros”, lo calificaba de “maestro sin cátedra y gobernante sin mando”.

Era Lucero “fino y aristócrata, tanto de físico como de gustos y aficiones. El cabello renegrido, una fina guía de bigote -entonces de ritual masculino- y unos ojos grandes, de mirar profundo y acerado, destacándose todo sobre un rostro de mate blancura y nobles rasgos, animados por una vivísima luz interior”.

Así, “estudiante, médico, político, periodista, crítico literario, funcionario o educador, emprendió muchos caminos; y a poco de andar por ellos marcaba su planta en los viejos derroteros, abría osadas sendas y convertíase en el soldado que entra a combatir en primera fila”.

Admiraba Heller “con cuánta rapidez ascendía hacia la perfección”. En un año, narra, “le vi subir desde admirador de Puccini en ‘La Bohème’ (quién no la admiró cuando joven y vivió algún episodio de su drama) hasta leer de vista y complacerse con una página de Bach”. Era “lo mismo en todas las cosas. Un discurso parlamentario lo puso en evidencia ante el país. Un artículo de crítica literaria lo reveló escritor. He oído a Leopoldo Lugones decir que era el hombre de mayor talento que él había conocido”.

La pequeñez provinciana y la política de su época lo dejaron de lado. Es que entonó siempre “fuera del compás y del tono” de quienes adulaban a la multitud. “Murió joven y escéptico”, termina la evocación de Heller.