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JOSÉ MARIANO SERRANO. El destacado patriota, en un retrato que el pintor Amadeo Gras ejecutó en 1835, en Chuquisaca. LA GACETA / ARCHIVO.

Después de la Independencia, el doctor José Mariano Serrano tuvo funciones en Tucumán y se casó con una tucumana


Ni bien se reunió en Tucumán el Congreso de las Provincias Unidas, nombró secretarios al porteño Juan José Paso y al altoperuano José Mariano Serrano, abogados ambos. Sabemos la trayectoria de dirigente que respaldaba entonces al veterano Paso. Pero también Serrano ya era bien conocido por los personajes de la revolución. Residía en el país desde 1812, e iba a permanecer todavía por más de una década.

El pintor Amadeo Gras ejecutó su retrato al óleo en 1835. Era un hombre flaco, de rostro inmutable, con las mejillas hundidas y los labios muy delgados. Sus ojos oscuros parecían más buen cautelosos, en guardia. El historiador Bernardo Frías lo describiría como “elocuentísimo, insinuante y ameno en la confidencia, audacísimo en los consejos y predispuesto a la acción, cualquiera fuese el peligro que hubiere de afrontar”. Vale la pena revisar su rica biografía.

Doctor y profesor

Serrano había nacido en Chuquisaca, el 8 de setiembre de 1788. Ningún biógrafo consigna el nombre de sus padres. Josep María Barnabas, en su “Diccionario histórico de Bolivia”, afirma que era “hijo probablemente expósito”, y que “su infancia y juventud andan nubladas con fechas contradictorias”. Pero debió haber tenido parentela de buena posición, que pudo costearle la carrera de Leyes, en la Universidad de San Francisco Xavier. Esa casa lo saludó bachiller en 1805. En 1807 cumplió la práctica en la Academia Carolina, y en 1811 se recibió de abogado. Pronto fue nombrado catedrático.

Aunque no consta que actuara en 1809 en el pionero movimiento revolucionario de La Paz, sin duda trascendió su adhesión a los sucesos revolucionarios porteños. Esto porque, tras la derrota patriota de Huaqui, el general en jefe de los realistas, José Manuel de Goyeneche, tomó represalias contra Serrano. Lo separó de la cátedra, borró su nombre de la matrícula de abogados y, según Barnabas, le confiscó sus bienes.

Secretario del Congreso

Debió entonces emigrar, en 1812, primero a Tucumán y luego a Buenos Aires. Allí pronto se destacó, en el foro y en el civismo. Su ciudad natal de Chuquisaca lo designó diputado a la Asamblea del XIII, y en 1815 fue nombrado miembro de la Junta de Observación. Con los diputados Pedro Medrano, Esteban Gascón, Antonio Sáenz y Tomás de Anchorena, redactó el Estatuto Provisional de ese año. Una de sus cláusulas, como se sabe, disponía convocar a un Congreso en la ciudad de San Miguel de Tucumán.

Reunida la célebre asamblea en 1816, Serrano se incorporó a ella en representación de Charcas y asumió con Paso la secretaría. Así, firmaría el acta de la Independencia, cuyas copias refrendó. Años después declararía, en carta a Narciso Dulon, que él redactó el texto del famoso documento. Se afirma también que tuvo a su cargo la tarea de traducirlo al quichua y al aymara, para que se imprimiera y repartiera en el Alto Perú.

Tuvo saliente participación en todas las deliberaciones. En cuanto a la forma de gobierno, se inclinó por la “monarquía atemperada”, pero se opuso resueltamente al proyecto de restauración de los Incas. En realidad, formó parte de “casi todas las comisiones que trataron temas jurídicos o declarativos”.

Preso en Santa Fe

Se discute si fue Serrano o Sáenz el autor del tan importante “Manifiesto de las Naciones”, que emitió el Congreso en 1817. Por dos veces –ese año y en 1818- ocupó la presidencia rotativa de la corporación. Era su vicepresidente en 1819, al sancionarse la Constitución, que suscribió con todos sus colegas, tras haber integrado la comisión redactora. En noviembre de ese año presentó la renuncia a la banca, Se cerraba así una labor activísima, tanto en la confección de documentos, como vimos, como en la presentación de proyectos y en la participación en los debates de mayor trascendencia.

Partió rumbo a Tucumán. Durante el viaje, fue apresado por los montoneros en territorio santafesino y “enchalecado con tiras de cuero fresco”. Lo llevaron a presencia del caudillo Francisco Ramírez, quien resolvió ponerlo en libertad. Pudo seguir entonces su viaje.

Tucumán y Bolivia

En Tucumán, donde había formado su familia, se estableció por varios años. Secundó al coronel mayor Bernabé Aráoz en la “República de Tucumán”, que este fundó y presidió en 1820. Fue su ministro asesor y su secretario. En 1824, pasó a Salta, como secretario del gobernador Juan Antonio Álvarez de Arenales. Lo acompañó en carácter de Auditor de Guerra, en la campaña contra Olañeta. Intervino en un armisticio con este jefe realista, y luego debió defenderse de las imputaciones que se formularon a su desempeño.

Regresó en 1825 a su tierra natal, donde le lloverían los cargos más encumbrados. Cuando se instaló la Asamblea Deliberante del Alto Perú, el 24 de junio de 1825, ocupó un sitial en ella, como representante de Chuquisaca. Lo eligieron presidente del cuerpo y fue el primero de ocupar la tribuna para proclamar la independencia de Bolivia.

Con Olaneta, Urcullu, Dalence, Mendizábal y otros, redactó y firmó la primera acta que la erigía como nación libre, el 6 de agosto. “Tuvo así el raro privilegio de suscribir las actas de independencia de dos naciones sudamericanas”, hace notar el historiador Vicente Osvaldo Cutolo. Expresa Barnadas que “no encontrándose en el país Simón Bolívar, y presidiendo él la Comisión Permanente, fue el primer presidente de Bolivia”.

Los tres poderes

En 1825 fue enviado a las Provincias Unidas y en 1826 al Perú. Allí logró que se reconociera la independencia boliviana. Luego, el presidente Antonio José de Sucre lo designó diputado al Congreso de Panamá, pero no pudo incorporarse por la tardanza con que llegaron sus credenciales. En 1827 se incorporó a la Corte Suprema de Justicia, y en 1834 el presidente Andrés de Santa Cruz lo envió a Francia, en misión comercial. Fue cuatro veces prefecto de Chuquisaca.

Subraya Barnaba que “en la temprana historia republicana” de Bolivia, Serrano fue “el único que ha ocupado la presidencia del Ejecutivo (en 1825, 1839 y 1841); del Legislativo (en 1825 y 1839) y del Judicial (en 1830 y 1841)”.

“Cabeza muy cultivada”

Agrega que fue “típico representante de la oratoria política charqueña”, pero “no lo acompañó, en cambio, la suerte cuando ensayó la poesía”. Esto último se refiere a los versos que ocasionalmente publicó, firmados con seudónimo.

Se jubiló como presidente de la Corte Suprema de Justicia de Bolivia y falleció en su ciudad natal, el 24 de setiembre de 1851. Dejó escrita una leyenda para su tumba: “Extinguióse la luz de su vida, alumbrando su patria querida”. Los restos del eminente altoperuano, que reposaban en su finca de Pitantorilla, fueron trasladados, años después, a la Casa de la Libertad, de Sucre.

Para Bernardo Frías, fue “el primer orador” y “la cabeza más nutrida y cultivada” del Congreso de Tucumán. Pero el general José María Paz, califica su carácter de “disimulado y cauto”.

Hogar en Tucumán

Agregaremos que hace ya muchos años (“Gloria y desventura de la Solanita Cainzo”, en “La Gaceta”, Tucumán, 9 de mayo de 1971) dimos noticia, por primera vez, del casamiento de Serrano con una tucumana, María Solana Cainzo, insertando las referencias documentales en notas al pie. Aquí las reiteramos con algunos nuevos datos. María Solana nació el 23 de julio de 1797, y era hija de Javier Cainzo y Mercado y de María Francisca de Ávila y Godoy.

La tradición afirma que fue en el baile de la Independencia, donde se inició esa relación que concluiría en boda. Las lagunas en los libros parroquiales, impiden precisar la fecha del enlace. No se sabe si Maria Solana lo acompañó en sus andanzas posteriores a 1825, cuando partió a Salta y luego a Bolivia.

Sí consta que tuvieron por lo menos un hijo, Federico, que se doctoró en Leyes en Chuquisaca, y que allí vivía en 1852. Ese año su madre le envió, desde Tucumán, un poder para reclamar “el Monte pío que me corresponde como viuda del ministro jubilado de la Exma. Corte Suprema de Justicia, Dr. D. José Mariano Serrano”.

Luego, Federico volvió a Tucumán. Agobiado por las deudas, se quitó allí la vida. Fue sepultado el 2 de enero de 1865 en el “cementerio de los disidentes” y, según la anotación del párroco era “de edad como de cuarenta y más años”.

Viuda indigente

Ese 1865, María Solana dio poder a don Sebastián Ovando, de Chuquisaca, para solicitar los bienes dejados por Federico, que los detentaba una hija de este, Julia (no sabemos el nombre de la madre). Eran los mismos que, según insistiría un año más tarde, le correspondían como gananciales de su matrimonio con Serrano padre.

En el diario tucumano “El Pueblo”, del 26 de enero de 1868, doña María Solana publicó un patético aviso. Pedía a “las señoras piadosas”, que “me proporcionen una habitación pequeña, obligándome a servirles en todo lo que me sea posible, por hallarme en la indigencia. Es un favor que suplico por hallarme en pleito”.

Diez años después, otro diario de Tucumán, “La Razón” (23 de agosto de 1878) lo reprodujo, con un comentario: “A este estado lamentable había sido reducida la viuda de J.M. Serrano. Un hijo suyo se suicidó por falta de dinero”. En esa época, ya había fallecido doña María Solana Cainzo de Serrano. Según referencias que nos aporta el doctor Ernesto Spangenberg, su muerte ocurrió el 28 de agosto de 1876.