Horas posteriores a la batalla de Tucumán.
Es sabido que el día de la batalla de Tucumán -el 24 de setiembre de 1812- se vivieron horas de incertidumbre al terminar el fuego. La fuerza enemiga, derrotada pero reorganizada ya, estaba en las afueras. No se sabía si intentaría probar suerte con un ataque.
El entonces teniente José María Paz ingresó a la ciudad y comprobó que seguía en poder de los patriotas. Narra que “había cerca de 500 prisioneros, 5 cañones, armamento y muchos jefes de nota tomados al enemigo. La plaza estaba fuerte: las azoteas y casas inmediatas estaban ocupadas por nuestras tropas; los fosos y calles, bien artillados y guarnecidos; finalmente, todos resueltos a la más vigorosa defensa”.
El mayor general Díaz Vélez le encargó informara de todo esto al general Manuel Belgrano, que se hallaba en El Rincón, hasta donde lo había arrastrado una desbandada durante el combate. Mientras se preparaba su caballo, cuenta Paz, “se anunció un parlamentario del enemigo, y efectivamente lo ví entrar a casa de Díaz Vélez, conducido del brazo por Dorrego, porque tenía los ojos vendados”.
Sucedía que el jefe realista Pío Tristán, “haciendo un esfuerzo, intimaba rendición a la plaza. Díaz Vélez me hizo llamar para encargarme dijera al general (Belgrano) que la contestación que iba a dar era enérgica y negativa”. Tristán “amenazaba incendiar la ciudad y, según oí, se le contestó que en tal caso los prisioneros serían pasados a cuchillo. Entre estos estaban los coroneles Barreda, primo de Goyeneche; Peralta, tan mal herido que murió esa noche; el comandante de ingenieros Alcón; el auditor de guerra Medeiros (hijo) y algunos oficiales de nota”.