Límites de lo que se confía al papel.
El doctor Juan B. Terán (1880-1938) llevó siempre un diario personal. Lo conserva su familia y es un documento de enorme interés sobre los estados de ánimo, propósitos, alegrías y tristezas del fundador de la UNT. Buena parte de ese diario fue publicada por su hijo Juan, en su revista “Norte Argentino”. Pero Terán era extremadamente austero en la expresión íntima. Así lo expresa una página de aquellos apuntes, escrita en 1914.
“Siempre he tenido como una prueba de acabada distinción moral, quiero decir de elegante probidad, no poner, aún en los papeles íntimos, los sentimientos profundamente personales”, escribe. Hay “estados de alma” que debían desaparecer con quien los atravesó. “La percepción por otros ojos, cualquiera que ellos sean, de cosas personales, es una profanación”, consideraba.
Le parecía que, en ese sentido, constituía “un modelo” la correspondencia de Hipólito Taine. Agregaba: “¿Qué ha de interesar mañana, a un crítico o lector simple de la documentación de una vida, la expresión de estados completamente personales? Aunque le interese ese ‘étalage’ (escaparate), es una desvergüenza, digna de Rousseau. Es la porción inalienable, infungible, esencialmente propia y perecedera. Bástele al crítico o al biógrafo saber que su héroe ha sufrido o gozado: en eso, el héroe es como todos los hombres”.
“El desnudo que de sí mismos gustan hacer los hombres para llegar a ser famosos es, me parece, una prueba de sí mismo. Después, si los concentrados, los meditativos, dijeran todas las sugestiones, pensamientos o sentimientos nacientes, no dirían nada que les pertenezca”.