Un texto de Alberto Octavio Córdoba.
En varios de sus cuentos, Alberto Octavio Córdoba (1891-1964), hijo de tucumano y de porteña, buscó retratar el ambiente de la gente de trabajo, que había apreciado en el Tucumán de su adolescencia. En “La malhoja”, habla de los peladores de caña.
“Ya es el alba grande y ya se oye el chas chas de los cuchillos del catorce, que resbalan rozando el tallo morado de las cañas y le quitan la hoja, que la abrigaba y cubría con gracia femenina, para luego, de un golpe seco, cortarle la cola tierna de janas”, escribe.
“Y se oye asimismo el tintineo de las cadenas que han de envolver cada carga, y el rodar de los carros con el grito de los carreros que animan a las cinco mulas, y sale el sol, y todos, hombres, mujeres, niños, se hallan diseminados por la campaña tucumana, cada cual en su quehacer, deshilachados, raídos, temblando de frío o sudando de calor, silenciosos, sin otro afán que ganar el el salario, que no alcanza más que para acallar el hambre y vengarse de la fatiga con unos litros de tintillo”.
Mientras, “siguen llegando los santiagueños, los catamarqueños y los vallistos. En las estaciones ferroviarias hormiguea la gente, entre bártulos de toda laya; por las sendas y los caminos andan lentamente familias numerosas; las fábricas y los caseríos se pueblan de rumores; de sol a sol, la grey se doblega sobre el amplio y generoso seno de la tierra; noche y día, como el vuelo de un coleóptero, zumban las máquinas, y por las chimeneas sale, hecho humo, el ríspido esfuerzo del trabajo humano”.