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ALBERTO ROUGÉS. Aparece al extremo derecho, junto a los doctores Antonio Torres, Ernesto Padilla y Rodolfo Schreiter. LA GACETA / ARCHIVO

Las apreciaciones de Alberto Rougés.


En varias ocasiones, el filósofo Alberto Rougés (1880-1945) se refirió a las implicancias de la visita de José Ortega y Gasset a Tucumán, en 1916. En carta de 1936 a Arturo Marasso, recordaba que Ortega “impresionó hondamente a nuestra juventud con su idea de novedad. Constantemente repetía frases como estas: ‘nueva sensibilidad’, ‘nueva manera de enfrentar la vida’, ‘nueva generación’, exaltando el valor de lo reciente a costa del pasado”.

“Tales fueron -añadía- las dos poderosas influencias que llevaron a su más alta expresión la sobreestimación del matiz del momento, que padecíamos. Más que nunca, dimos la espalda al pasado. Se llevó hasta el desprecio la desestimación de este en ciertos grupos juveniles. Se tiró de las barbas, con goce innoble, a grandes figuras pretéritas. Se vivió pendiente de la última novedad de las letras, tanto como de las noticias de última hora”.

Deploraba Rougés que no se advirtió entonces “que una cultura es un esfuerzo por la eternidad, que ella tiende a obras maestras imperecederas, que ella pone en sus creaciones un sello perenne. Nuestros jóvenes, antes de tiempo, antes de contar con el debido bagaje, se apresuraban a salir al público para dar su nota original, temerosos de que les pasara la hora”. A juicio de Rougés, su originalidad se convertía pronto en vulgaridad. “Se entregaban entonces, con fines económicos, a la producción de inferior categoría: se improvisaban sociólogos, economistas, apóstoles”.

Tenía esperanzas y hablaba en pretérito, porque percibía una reacción. “Signos hay de un afán de vida espiritual profunda, que nos liberará quizás de la tiranía de la novedad”, expresaba.