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MENDIGO PORTEÑO. Esta pintura de la década de 1810 retrató a un pedigüeño que, curiosamente, recorría a caballo las calles de Buenos Aires.

Nada de “vagos y mal entretenidos” en 1823.


El Cabildo de San Miguel de Tucumán resolvió, en acuerdo del 21 de noviembre de 1823, intervenir en la situación de quienes deambulaban por la ciudad sin un trabajo conocido, y que con no poca frecuencia vivían de lo que robaban al vecindario.

En el lenguaje de la época, esas personas eran denominadas genéricamente “vagos y mal entretenidos”. Según el Cabildo, ellos “infestan el pueblo y causan las funestas consecuencias que en todo tiempo se ha procurado evitar, sin que se haya conseguido remedio”. Esto último había ocurrido, reconocían, “por razón de la falta de cumplimiento de las providencias expedidas, o por la ineficacia de las medidas adoptadas”.

Así las cosas, a los capitulares les parecía un urgente operar sobre semejante panorama. Era algo que podía hacerse proporcionando “ocupación honesta” a dichos sujetos. Los vecinos habían solicitado que “por medio de la partida celadora, se recojan todos aquellos que se encuentran sin oficio ni beneficio y se los lleve a trabajar”. Argumentaban que “la agricultura, en las quintas inmediatas, y los edificios que se fabrican”, carecían “de brazos obreros”, sin que estos “puedan conseguirse a pesar de la paga que se les promete”. Esto aparte de haberse producido “varios robos”.

Los capitulares acordaron que tales persona fueran aprehendidas, “en modo que, reunidos en la cárcel, se distribuyan a los patrones que los soliciten actualmente”. Se les debía entregar la “papeleta” que acreditase su condición de trabajador. El que no la presentara, “en cualesquiera parte donde fuere encontrado”, sería tomado “preso y entregado a un patrón que se encargue de tenerlo acomodado con buena paga en su respectiva labor”.