Imagen destacada
EL TINTERO. Los frascos de plata que estuvieron en la mesa presidencial del Congreso.

Pero no se decidió cuándo, cómo ni dónde.


El 23 de setiembre de 1816, el Congreso leyó dos oficios de Manuel Belgrano. En uno avisaba que las tropas del marqués de Yavi habían jurado la Independencia. En el otro, decía que los días 15 y 17, el gobernador de Salta le había avisado que se aproximaba el enemigo con una importante fuerza.

Ante esto, el presidente invitó al cuerpo “a tratar de poner en seguridad su existencia”. Dijo que era necesario trasladar la sede del Congreso. Afirmó que, si se demoraba esta medida hasta saber si continuaban las marchas del enemigo, sería imposible realizar tal traslado “con orden y sin exponerlo a su disolución”. Los diputados formularon diversas reflexiones sobre el asunto.

Las de mayor peso, dice “El Redactor”, fueron “la importancia de que el cuerpo representativo resida al lado del Poder Ejecutivo”. También, “la necesidad, más que nunca urgente, de sostener al Supremo Director, a lo que contribuiría en mucha parte la presencia del Congreso”. Finalmente, “la imposibilidad de poder conducir con acierto, a tanta distancia de la capital, negociaciones con potencias extranjeras”. Se recordó que, en la sesión secreta del 25 de agosto último, Juan Agustín Maza ya había hecho una moción en ese sentido.

Cuando se juzgó que el asunto estaba discutido suficientemente, se puso a votación la propuesta: “¿Debe o no trasladarse el Soberano Congreso, prescindiendo por ahora del cuándo, cómo y dónde?”. Quedó resuelta afirmativamente por 28 sufragios, consigna la respectiva crónica de “El Redactor”.