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EMILIO UTTINGER. Es el tercero desde la izquierda, sentado, junto al alumno Enesto Carranza. De pie, al extremo derecho, otro alumno, Juan Heller.

Cinco chicos diablos en los años 1880.


En 1883, el adolescente Faustino Velloso, de 13 años, fue traído por la familia a Tucumán. Aquí residió desde entonces hasta 1900. En sus amenas memorias, tituladas “Sintetizando recuerdos”, años después Velloso evocaría sus travesuras en el Colegio Nacional. Allí, con sus condiscípulos Ernesto Padilla, Héctor P. Ríos, Segundo Posse y Domingo Aráoz, formaba un grupo dedicado exclusivamente a mortificar a los profesores.

A don Emilio Uttinger, hombre “distinguido y de fuerte carácter” le pintaron en la espalda de la levita, con tiza, una calavera. Así salió a la calle, desatando la risa general. Por esa y otras “gracias” del grupo, Uttinger, al entrar en el aula, directamente expulsaba a los cinco traviesos.

El profesor de inglés, Marcos Flood, era otra víctima de ellos. Tanto, que un día, después de clase, los llamó y, cuenta Velloso, “con los ojos llenos de lágrimas, nos pidió que no lo molestáramos, porque de otro modo se vería obligado a renunciar a su cátedra”, cuyo sueldo “necesitaba para vivir”. Nunca más lo hicieron blanco de chistes.

A Francisco Francois, profesor de Dibujo, “pila de nervios, quisquilloso, movedizo, lleno de desplantes”, cierto día los “cinco mosqueteros” lo apedrearon con las pepitas de un duraznero que estaba frente al aula. Al profesor de Aritmética, Nicolás Ayala, un día le pusieron una aguja en la silla esterillada donde se sentaba. Al sentir el pinchazo, Ayala saltó como un resorte y se desató un escándalo. Toda la clase quedó en penitencia una hora por día. Al tercero, un compañero los delató. Velloso y Ríos quedaron castigados, pero, en la jornada siguiente, el delator recibió una “felpeada” general, y tuvo que irse del Colegio poco después.