Dos congresales y un comisionado, en 1816.
En su libro de 1970, “Historias menores del pasado literario argentino (Siglo XIX)”, Raúl H. Castagnino pasa revista a algunas renuncias de congresales que sesionaron en Tucumán en 1816. Por ejemplo, Juan José Passo, diputado por Buenos Aires, dimitió por “hallarse hace dos años resentido de una afección hidrópica, que le obligó a huir desde los intermedios de Lima a buscar en este país un clima seco y ardiente, como por experiencia lo ha probado en los pueblos de la carrera del Perú””. La renuncia fue rechazada y Passo sería, como sabemos, secretario del Congreso.
El doctor Tomás Anchorena, diputado por Buenos Aires, también presentó una dimisión, que no le fue aceptada. Al incorporarse al Congreso, en Tucumán, presentó un certificado del médico Pedro Carrasco. Allí se describía las dolencias que lo aquejaban, y se le recomendaba un método de vida “reducido principalmente a abstenerse de las contracciones de ánimo y literarias”. Frente a todo esto, el Congreso resolvió “que sin embargo de lo dispuesto, se le incorporarse, poniéndose expresa constancia en el acta a cubierto de su responsabilidad”.
Uno de los encargados de redactar las instrucciones que los diputados porteños llevarían al Congreso, era el doctor Julián de Leyva. Se excusó del encargo, fundándose “en la parálisis de que se halla tocada su cabeza, manifestada, según los médicos, por el grave estrago que había causado en los sentidos del olfato, oído y vista; y deber, según los consejos de los mismos, abstenerse de todo trabajo literario, que exija dilatadas meditaciones”. Lo curioso es que pedía que, confeccionadas las instrucciones, se las pasaran “para examinarlas y dar su dictamen, adicionando, reformando o enmendando lo que según su opinión creyese conveniente”…