La desilusión del literato Santiago Rusiñol
“Con lluvia llegamos a Tucumán, en tres días que pasamos en Tucumán no vemos más que eso: Tucumán con lluvia”, escribió el literato y pintor catalán Santiago Rusiñol (1861-1931), en su libro “Un viaje al Plata”. Al país “del sol, de los naranjos, de la caña de azúcar, del cielo sereno, por esa fatalidad que persigue al viajero de no poder ver nunca las cosas con el carácter que les es propio, lo hemos tenido que ver con lluvia”, afirmaba.
Efectivamente, aparecían bajo la lluvia “los ingenios, las grandes fábricas de azúcar, las procesiones, los jardines; con lluvia todo lo que brilla, con lluvia todo lo que deslumbra en su estado natural. Lo que debe verse tostándose al sol, lo hemos visto con paraguas, y el paraguas no es un instrumento demasiado a propósito para admirar. El agua que cae de las varillas no va bien a la contemplación; el hombre que se moja no ve gran cosa, y una humedad que dura tres días, más hace pensar en que va uno en remojo que en admirar la naturaleza”.
Pero, agregaba Rusiñol, “con paraguas y todo, hemos podido ver que los ojos de las tucumanas son del negro tan ponderado por cuantos las han visto de cerca; que la raza india domina en el pueblo, y que desde el negro de chocolate hasta el moreno de claro de luna, todos los matices de la morenez están pintados en estas caras de pómulos pronunciados y ojos rasgados, labios carnosos y dientes de marfil; que los hombres andan despacio, con dejadez tropical, y que ellas se mecen como naves de vela; que las casas aún conservan el recuerdo de aquella ‘colonia’ que no queremos recordar; que los árboles son más frondosos, que las huertas son más criollas, y que parece que aún está uno más en América; pero todo esto, como decimos, con lluvia no es la visión natural: las cosas vistas en remojo, no son las cosas verdaderas”.