En 1865 marcharon juntos a la Guerra del Paraguay guardias nacionales de Tucumán y de Santiago. Estos últimos se amotinaron en La Viuda
El 1 de mayo de 1865, los gobiernos de la Argentina, Brasil y Uruguay firmaron el tratado ofensivo y defensivo de “la Triple Alianza” contra la República del Paraguay, que presidía Francisco Solano López. Pocos días después se iniciaba aquella sangrienta contienda, que se extendió hasta 1870 con miles de muertos. El 9 de mayo, la Argentina anunció oficialmente que estaba en guerra.
En las provincias, las autoridades empezaron de inmediato a tomar medidas. En Tucumán, el gobernador José Posse declaró “en estado de asamblea” a la Guardia Nacional, e impuso el enrolamiento en ella de todo vecino de entre 17 y 45 años, además de prohibir a los hombres abandonar el territorio sin autorización militar.
Tucumán en armas
El 4 de mayo se dirigió a la Sala de Representantes, exponiendo la situación creada al país por la Guerra del Paraguay. Acompañaba impresos oficiales remitidos por el Gobierno Nacional. Ellos ilustraban, decía, sobre “el estado de guerra en que se halla la República, sorprendida en su reposo por fuerzas paraguayas, con alevosía salvaje, en plena paz, sin motivo ni pretexto para la agresión vandálica que acaba de sufrir el suelo de la patria, en la provincia hermana de Corrientes”.
Informaba Posse que, por lo tanto, había procedido a “poner en armas la provincia”, alistando la Guardia Nacional para que “esté pronta a la voz del presidente de la República (el general Bartolomé Mitre), si es llamada al servicio de guerra”. Esperaba “del patriotismo de mis conciudadanos, que el nombre tucumano no quedará oscuro en la lucha, y que todos concurrirán donde el deber los llame”. Al mismo tiempo aguardaba, sobre el asunto, una “manifestación de la Sala”, que fuera “expresión viva y genuina de los sentimientos de todo el vecindario de la provincia”.
550 hombres
Cuatro días más tarde, la Sala sancionó una ley autorizando a Posse a dirigirse al Ejecutivo Nacional “ofreciéndole el concurso y decidida cooperación del pueblo tucumano” en la contienda. Se lo autorizaba, igualmente, a “disponer de las rentas de la Provincia como lo estimase conveniente y lo requieran las exigencias de la guerra”.
El gobernador actuó con celeridad. En pocos días logró reunir un contingente de 550 hombres, de los cuales 450 pertenecían a la Guardia Nacional y el resto eran enganchados. Además, y de acuerdo con las instrucciones de Buenos Aires, acuarteló en la ciudad un batallón de reserva de 500 plazas. Simultáneamente con estas medidas, el vecindario, con ayuda del Gobierno, aportaba fondos para auxiliar a las familias de los guardias movilizados.
El 8 de agosto, el contingente partió de Tucumán rumbo a Santiago del Estero. Estaba previsto que, en el pueblo de Matará, debía unirse con los guardias alistados de la vecina provincia. Todo el conjunto estaría bajo el mando del general Antonino Taboada, quien los conduciría personalmente hasta su destino.
Taboada al mando
Amos de Santiago eran, desde varios años atrás, los miembros de la familia Taboada, incondicionales del presidente Mitre. En esos momentos gobernaba la provincia un primo de aquellos, Absalón Ibarra, con el general Antonino Taboada como ministro. Desde el frente de guerra del Paraguay, Mitre había pedido -el 12 de mayo- que Santiago enviara fuerzas para engrosar las de la Triple Alianza. Requería que, además del número dispuesto para reforzar el ejército de línea, le mandara una división extra, para la caballería. Y al día siguiente, desde Corrientes, insistía en que se apurase.
En agosto, llegó a Matará el contingente de Tucumán.
Se le unieron allí los dos batallones santiagueños, que totalizaban 800 hombres, y se pusieron en marcha, con el general Taboada a su frente. El 8 de setiembre, llegaban al fortín La Viuda, ubicado entre Frías y Loreto. En ese punto acamparon.
Motín y represión
Pero a la mañana siguiente, cuando Taboada dio la orden de ensillar, los santiagueños huyeron gritando “¡Vamos vendidos, compañeros!” y se alejaron del fuerte a toda carrera. Entretanto, el contingente de Tucumán cumplía la orden de ensillar sin moverse de su sitio. El episodio era una muestra de algo que se repitió en otros puntos del país. El pueblo no quería ir a pelear al Paraguay. Era una guerra que no comprendían y que, para ellos, significaba dejar familia y trabajo, sin saber si algún día iban a volver.
Cabecillas de la revuelta de La Viuda, según el historiador Luis Alén Lascano, eran “los sargentos José Electo Varela, Tadeo Moreno, Hilario Barreto, Marcelino Ardiles, numerosos cabos y soldados”. El general Taboada, enfurecido, organizó la implacable cacería de los alzados. Los persiguió sin compasión “por campos y pueblos” y pudo capturar a muchos. Designó un Consejo de Guerra, presidido por el coronel Juan Manuel Fernández, que condenó a muerte a la mayoría y a otros les aplicó penas que oscilaban entre los 5 y 10 años de servicio en la frontera.
Informe oficial
Los acusaban de intento de asesinato de jefes, ataque al cuartel principal, traición y fuga. Los fusilamientos se llevaron a cabo, dice Alén Lascano, en Matará, Atamisqui o Sumamao. Algunos de los alzados lograron refugiarse en Córdoba.
En su mensaje a la Legislatura de Santiago, el gobernador Ibarra, el 1 de octubre de 1865, informaba que “cuando la provincia se preparaba a enviar 800 soldados, cuando la marcha se había ya emprendido por el desierto, un puñado de traidores que, formados en las filas, habían logrado seducir, con la infamia y el engaño, a algunos alistados, fraguaron un motín escandaloso en el fuerte La Viuda”.
Añadía que “su plan revolucionario, según las declaraciones de los apresados, era tan inicuo como sus almas”. Se proponían “el asesinato alevoso de todos los jefes y, consumado este hecho, enarbolar el trapo de la reacción”. Afirmaba que “gracias al Todopoderoso, los amotinados de La Viuda fueron contenidos por el valor de los jefes, el apoyo de la escolta que acompaña al ministro general y el contingente de Tucumán, que ha cumplido con su deber”.
No más santiagueños
Informaba que, de las declaraciones de los cabecillas capturados, “se colige que habían ramificaciones ocultas fuera de la provincia”.
De todo esto informaron el gobernador Ibarra y el ministro Taboada, al titular de la cartera de Guerra, general Julián Martínez, y al presidente interino de la Nación, doctor Marcos Paz. Frente a los hechos, Paz “consideró conveniente suspender nuevos reclutamientos, en atención a la sequía padecida por la provincia”. A pesar de eso, el Gobierno Nacional volvió a pedir 500 soldados a Santiago, en 1866, encargando a Taboada que los trajese hasta Rosario. Pero el gobernador Ibarra, dice Alén Lascano, “respondió en agosto con evasivas, esforzado en disimular la impopularidad de la contienda”
Años después, el 30 de octubre de 1868, José Posse (que había perdido ya toda la simpatía que alguna vez tuvo por la poderosa familia santiagueña), tocaba el tema en carta a Domingo Faustino Sarmiento. Le recordaba “aquella sublevación en La Viuda, que a no ser el contingente de Tucumán que se mantuvo firme, tiempo hace que hubiera dado cuenta a Dios de sus malas obras toda la estirpe Taboada…”