El artiguista Juan Pablo Bulnes se alzó reiteradamente contra el gobierno
Las turbulencias registradas en Córdoba en 1816, y los problemas que suscitaron los diputados cordobeses, fueron algunos de los tantos dolores de cabeza que aquejaron al Congreso de Tucumán durante los meses posteriores a la declaración de la Independencia.
Como es sabido, desde que ocurrió la Revolución de Mayo, los “gobernadores intendentes” de las Provincias Unidas eran designados por la autoridad central, llámese la Primera Junta, o la Junta Grande, o el Triunvirato, o el Directorio. Ese origen tuvieron los nombrados en Córdoba desde 1810: el coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, el coronel Diego José de Pueyrredón, el comandante Santiago Carrera, el coronel Francisco Javier de Viana y nuevamente Ortiz de Ocampo.
Una importante fracción de la opinión pública cordobesa rechazaba esa conducción centralista que, desde Buenos Aires, regía hasta el momento. Por eso miró con simpatía la actitud del jefe oriental José Gervasio Artigas. Este -como se sabe- se enfrentaba con los porteños, se declaraba “Protector de los pueblos libres” y dominaba ya a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Alentado por tal ambiente propicio, fue a comienzos de 1815 que Artigas se movió para que Córdoba se sumara concretamente a su ya amplia área de influencia.
La autonomía
Así, emplazó a Ortiz de Ocampo para que abandonara la ciudad con su guarnición, bajo amenaza de atacarlo. El gobernador, temeroso de que Buenos Aires no lo ayudara con la premura necesaria, optó por renunciar, el 28 de marzo de 1815. Entonces, Córdoba decidió inaugurar su autonomía y elegir gobernador sin intervención del poder central. El 31 de marzo, el Cabildo y los cuarteles designaron en el alto cargo al coronel José Javier Díaz.
No toda Córdoba era artiguista. Según Enrique Martínez Paz, resultaban visibles dos tendencias. Una era la de los autonomistas, que solamente rechazaban la tutela de Buenos Aires, como Díaz. La otra, no solo compartía ese repudio, sino que adhería totalmente a Artigas: su líder era el capitán Juan Pablo Bulnes, hombre “pronto y aturdido en sus determinaciones”, así como “violento y arriesgado en sus actos”, según lo describe Ramón J. Cárcano.
Poco después de asumir, Díaz lanzó una proclama donde separaba a Córdoba de la autoridad porteña, “bajo los auspicios y protección del jefe de los orientales, que se constituye en garante de su libertad”. En carta a José Rondeau, le decía que iba a mantener esa situación, hasta que “un Congreso General, reunido en plena libertad”, sea el que “sancione y establezca la forma de gobierno que debe regir la América”.
El Congreso
Así estaban las cosas cuando se convocó al Congreso de las Provincias Unidas, que se reuniría en Tucumán en 1816. A pesar de su postura autonomista, Díaz hizo designar diputados por Córdoba a esa asamblea que Artigas rechazaba. Fueron José Antonio Cabrera, Eduardo Pérez Bulnes (hermano del líder artiguista), Miguel Calixto del Corro y Jerónimo Salguero. Cuando, a poco de iniciarse las sesiones, hubo que nombrar un nuevo Director Supremo, los representantes cordobeses, en realidad, estaban inclinados hacia la candidatura del coronel salteño José Moldes. Pero, finalmente, terminaron votando al porteño Juan Martín de Pueyrredón.
El gobernador Díaz no estaba de acuerdo, pero digirió el mal trago. Al poco tiempo quiso renunciar, con el pretexto de su mala salud, pero el Congreso no aceptó la dimisión. La reiteró a Pueyrredón (cuando éste se detuvo en Córdoba en julio de 1816, para reunirse con José de San Martín), pero éste tampoco la admitió. Entretanto, los artiguistas estaban molestos con un gobernador que a veces apoyaba al jefe oriental y a veces no.
Motín de Bulnes
Cuando, contrariando órdenes del Directorio, las fuerzas de Buenos Aires al mando de Díaz Vélez invadieron Santa Fe, el jefe artiguista Bulnes sublevó la guarnición de la ciudad, en la noche del 28 al 22 de agosto. Intimó a Díaz a convocar un “cabildo abierto” que resolviese si Córdoba iría en auxilio de la artiguista Santa Fe. Bajo la presión armada, el Cabildo accedió a la exigencia, y el jefe rebelde partió con la tropa que había sublevado. Esto mientras Díaz declaraba al Directorio que no tenía nada que ver con el suceso.
Estando en camino hacia Santa Fe, se enteró Bulnes de la retirada de Díaz Vélez. Regresó entonces a Córdoba, decidido a derrocar a Díaz. A todo esto, el Director Supremo Pueyrredón dispuso reemplazar a Díaz, y nombró gobernador a don Ambrosio Funes.
Funes gobernador
Hermano y consejero del famoso Deán Funes, era don Ambrosio una personalidad de gran relieve en su ciudad. El historiador Vicente Fidel López lo describe como “viril y constante en sus compromisos”.
Se negó Díaz a transmitir el mando a Funes y reunió soldados para enfrentarse con Bulnes. Ambas fuerzas chocaron en los altos de la ciudad y fueron fácilmente derrotadas por el jefe artiguista. Bulnes entró triunfante a Córdoba, mientras Díaz optaba por retirarse a su estancia de Santa Catalina, advirtiendo que no se movería de ese punto mientras su vencedor permaneciera en la ciudad con tropas.
El 23 de setiembre, cumpliendo la orden del Congreso, el Cabildo entregaba el gobierno a Ambrosio Funes. Sucedía que Funes era suegro de Bulnes, casado con su hija María Ignacia. El parentesco no influyó para nada en el empecinado rebelde. Pronto se alzó en armas contra su padre político y flamante gobernador. Ante esto, Funes delegó el mando en el Cabildo y se dirigió la campaña para preparar la resistencia.
El caso ya había adquirido gravedad. Tanta que, desde Mendoza, San Martín pidió a Pueyrredón órdenes para marchar contra Bulnes. Desde Tucumán, Belgrano propuso lo mismo. Con prudencia, Pueyrredón envió al Deán Gregorio Funes y al doctor Manuel Antonio de Castro como comisionados ante Bulnes, y ordenó a Belgrano que utilizara la fuerza sólo en caso imprescindiblemente necesario.
Bulnes derrotado
En ese momento, iba en viaje de Santiago del Estero a Córdoba el mayor Francisco Sayós, llevando medio centenar de granaderos del Ejército del Norte, a quienes se proponía remontar. En el trayecto, lo alcanzó la orden de Belgrano de ponerse de acuerdo con Funes para sofocar la insurrección. En la Villa de María del Río Seco, se unió a Sayós un fuerte contingente de milicianos al mando del comandante de ese punto, Francisco Bedoya. El gobernador Funes se sumó después a ellos con su milicia, e intimaron a Bulnes a un arreglo.
Este respondió que, si no se rendían a discreción, los iba a pasar a cuchillo. Y, tras ocupar la ciudad, marchó contra las tropas de Sayós, Bedoya y Funes. A pesar de que tenía fuerzas superiores y artillería, las hábiles maniobras de sus contrincantes terminaron derrotando a Bulnes, quien fue capturado y puesto en prisión. Belgrano era partidario de fusilarlo.
Don Ambrosio Funes reasumió el gobierno. Escribió a Belgrano agradeciendo la intervención de Sayós y comentó: “mala suerte la mía: pelear contra un miembro de mi familia para hacer triunfar la justicia”.
Nuevo alzamiento
No sospechaba este hombres (cuya “viril entereza” y “notable carácter” elogia Mitre) que el problema con su yerno no había terminado. En efecto, Bulnes logró escapar de la cárcel sobornando la guardia. Organizó otra vez una fuerza, cuyos soldados invadieron de noche la casa de Funes y lo arrestaron. También fue apresado Sayós.
Bulnes se declaró dictador y llamó a unas elecciones de gobernador provisorio. El cargo recayó en Joaquín de la Torre, quien pronto lo dejó en manos de Andrés de Pueyrredón. Pero Funes pudo salir de la prisión y se dirigió a la campaña. Poco después fue liberado Sayós. Funes se disponía a marchar sobre la ciudad, cuando supo que Bulnes optaba por retirarse con sus soldados. Iba a unirse a Artigas.
Pueyrredón dimitió y Ambrosio Funes reasumió el mando. Pero las turbulencias lo habían afectado hondamente. “Era hombre de mucha sensibilidad y todos aquellos episodios, que le tocaban tan de cerca aún desde el punto de vista familiar, le provocaron profundo disgusto por el resto de sus días”, escribe Efraín Bischoff. Permaneció en su cargo poco tiempo más. A fines de marzo de 1817, lo reemplazaba el doctor Manuel Antonio de Castro, quien gobernaría hasta 1820. Córdoba quedaba relativamente pacificada y otra vez dentro del sistema central del Directorio y del Congreso.