Sus métodos eran “distintos” del ordinario”
El 24 de noviembre de 1852 se presentó ante el Gobierno de Tucumán un tal Enrique Anginout, belga de origen y residente en la ciudad. Decía que cursó en África las Escuelas de Medicina y rindió exámenes parciales, pero por “circunstancias imprevistas” no pudo obtener los despachos de médico, “estando ya en estado de obtenerlos”.
No obstante, había ejercido de médico, informaba, “por tolerancia de los gobiernos de los Estados Unidos de Norte América, de Chile y de algunos de la Confederación Argentina”. Ellos habían visto “los resultados de ensayos curativos que, en el principio, he practicado con la debida cautela, en personas amigas y de mi confianza, los que luego pasaron a hacerse populares”. Últimamente había estado ejerciendo en Tucumán, cuando el Médico Titular lo denunció al jefe de Policía.
Decía que “los principios que forman mi sistema curativo son del todo modernos, y por consiguiente no están bajo el dominio del ordinario empleado por los demás médicos, como que pertenecen aquellos a una escuela distinta: así es que no puedo someterlos al examen que exige el Protomédico (o sea el Médico Titular) para el ejercicio de esta profesión”. Pedía que se le permitiera ejercer bajo la condición, dada con “la debida solemnidad”, de que solamente recibiría “mis honorarios y el precio de medicamentos que administrase, de aquellos a quienes restableciese la salud”.
El Médico Titular, doctor Sabino O’Donnell, informó el expediente con dureza. Expresó que todo lo que se alegaba “es falso; que en África no hay estudios de Medicina” y que “en el mundo literario no hay método ninguno nuevo de enseñanza, que excluya la base necesaria de todo sistema médico”. Apoyó su tesitura el fiscal Vicente Lezana. Citando diversas leyes, concluyó que no puede ejercer quien no exhibe título ni se somete a examen.