Jean-Bédel Bokassa se autocoronó en una fastuosa ceremonia. Lo derrocaron tres años más tarde, y fue procesado por crímenes y excesos múltiples. Tuvo muchas esposas, pero su favorita fue la avispada Catherine.
Rodeada por una alucinante cantidad de locuras, crímenes y expoliaciones, la figura de Jean-Bedel Bokassa es una de las más feroces y estrambóticas que cruzaron por la escena internacional durante la segunda mitad del siglo que pasó. Los datos exteriores de su trayectoria pueden sintetizarse en no demasiadas líneas. Nació en 1921 en el pueblo congolés de Bobangi. Entró joven al ejército. Peleó en la Segunda Guerra Mundial y terminó con grado de sargento y condecoraciones de la Legión de Honor y la Cruz de Guerra. En 1964, ya capitán, dejó las filas francesas para unirse al flamante Ejército Centroafricano. Ascendió a coronel y luego a jefe del Estado Mayor. En 1966 derrocó al presidente, su primo David Dacko, y encaramado en su cargo, pasó a eliminar sin contemplaciones todos los obstáculos, hasta llegar a ejercer el poder absoluto.
Catherine, la principal
Hizo más. A fines de 1976 declaró creado el Imperio Centroafricano y se coronó emperador. Su “imperio” duraría sólo tres años. En 1979 Francia le retiró su apoyo y cooperó con el golpe militar que lo depuso. Estuvo exiliado en Costa de Marfil, luego en París y regresó a su tierra en 1986. Fue arrestado y juzgado por asesinatos, peculados y hasta canibalismo. Lo condenaron a muerte, pena que se conmutó primero por cadena perpetua y luego por 20 años de cárcel. Salió libre en la amnistía de 1993, para morir de un ataque cardíaco en Bangui, el 3 de noviembre de 1996.
Convertido a la religión musulmana primero -para agradar al líder libio Muhamad Kadafi– y luego al catolicismo, Bokassa se casó una decena de veces, y algunos dicen que sus hijos sumaban medio centenar. Pero la mujer más importante de su vida fue Catherine Dengiade, una morena de 15 años de la que se prendó cuando él ya tenía 43, un par de años antes de iniciar la carrera de dictador. Primero la hizo secuestrar por los soldados y luego la pidió en matrimonio a los padres. Naturalmente, dijeron que sí. Se casaron en 1965.
Fasto increíble
El 4 de diciembre de 1977 tuvo lugar la insólita y fastuosa coronación del emperador Bokassa I. Todo salió perfecto, a pesar de la resaca del actor principal: se había emborrachado la noche antes, lo que motivó la furia de Catherine. “¡Un futuro emperador no se emborracha!”, le gritó. Diane Ducret proporciona prolijos detalles del espectáculo, en “Las mujeres de los dictadores”. Bokassa hizo diseñar un ceremonial que buscaba reproducir exactamente el de la coronación de su ídolo Napoleón Bonaparte, en 1804. A pesar del calor africano, llevaba un traje similar al del Mariscal Ney y un soberbio manto de terciopelo y armiño, mientras Catherine lucía también armiño, sobre un vestido de Lanvín bordado con piezas de oro y rubíes: el costo de ambos atuendos sumaba más de 200.000 dólares. La corona y el cetro de Bokassa, la diadema y joyas de Catherine, costaron cinco millones de esa moneda.
El emperador se sentaba en un inmenso trono dorado de diez metros de altura y en forma de águila. En cuanto a la carroza, era fiel réplica de la de los reyes de Gran Bretaña.
Como Napoleón
A la ceremonia asistieron 3.500 invitados venidos de 43 países. Para su traslado debieron disponerse 60 autos Mercedes Benz enviados en barco a Camerún y luego trasladados en avión. Los mejores “chefs” de París prepararon las 240 toneladas de comida y bebida servidas en la fiesta, donde los champagnes Chateau Lafitte y Mouton Rothschild, de las mejores cosechas, corrían como agua. Para abrirse el apetito, bastaba meter la cuchara en los fuentones de plata que contenían un quintal de caviar. Fuera del palacio, se agrupaban 30.000 banguienses con sus trajes típicos.
La coronación estaba copiada del ritual napoleónico que inmortalizó el óleo de David. Inclusive Bokassa imitó el célebre gesto de Bonaparte con Josefina: se calzó él mismo la corona y luego pasó a colocar la diadema a la arrodillada Catherine. Expertos de París controlaron al milímetro el ritual, cuyas ideas Bokassa había sacado también del jubileo de Isabel II y de la coronación del Cha de Irán, así como de la película “Napoleón”, de Sacha Guitry.
Había otras inspiraciones cinematográficas: por ejemplo, el color fucsia del traje de las damas que llevaban la cola del vestido de la emperatriz estaba tomado del “Lo que el viento se llevó”. Entre los obsequios, se destacaba un auténtico sable de la época napoleónica, enviado por el presidente de Francia, Valery Giscard D’Estaing.
Marido muy celoso
Desde su casamiento, Catherine fue no sólo la esposa oficial sino la favorita de Bokassa, esto sin perjuicio de un par de casamientos posteriores que se permitió el emperador. Ella vivía en el palacio principal, y en otros cercanos se alojaban las demás cónyuges, a quienes el insaciable Bokassa visitaba periódicamente.
Era terriblemente celoso y vigilaba constantemente, incluso con micrófonos, a Catherine, quien le dio seis hijos. No podía estar ningún empleado a solas con la emperatriz. Sofocada por semejante acoso, Catherine recién se sentía a sus anchas en las temporadas navideñas que pasaba en Francia, en el castillo de Haudricourt, palacio del siglo XVIII comprado por Bokassa y redecorado a todo lujo. También allí en algo se relajaba el emperador, sin perjuicio de sus borracheras y tremendas peleas. Cuando circulaba por esa zona, iba adelante en un Mercedes blanco y ella lo seguía en un Rolls Royce Silver Shadow.
¿Amante de Giscard?
El emperador se sentía amigo del presidente Giscard, quien a veces iba a cazar fieras a sus dominios. Por eso consideró una horrible traición el hecho de que soldados franceses apoyaran la revuelta que lo derrocó, entre abril y septiembre de 1979. Había empezado con un alzamiento de estudiantes -brutalmente reprimido, con decenas de muertos- y siguió con el ataque victorioso de las fuerzas del ex presidente Dacko, apoyadas por los militares franceses en la que denominaron “Operación Barracuda”.
Bokassa tenía agravios más profundos y enconados contra Giscard. En una carta al presidente de Togo, afirmó que el presidente francés había informado anticipadamente a su esposa, en París, que estaban por derrocarlo, recomendándole que no le avisara, a cambio de “sustanciales ventajas financieras y numerosos privilegios”.
No era explicable “esta increíble negociación”, decía Bokassa al presidente, “a menos que sepa que mi esposa se ha convertido en amante de Giscard D’Estaing”.
Catherine no admitió esa acusación, y nunca regresó a su país. Después de la prisión de Bokassa, se radicó en Suiza para disfrutar de lo que le quedaba de los bienes -cetro y corona incluidos- que el emperador pudo vender. Actualmente vive en Lausana, entregada de cuerpo y alma a las cartas del tarot. Gorda y satisfecha, se niega a comentar nada que se refiera a su difunto marido.