Felipe Bernan, norteamericano de Nuevo México, instaló en las cercanías de Medinas un “ingenio chico” que molió desde 1882 hasta 1897.
La gran mayoría de los pioneros de la industria azucarera tucumana, fueron criollos. Hubo unos pocos europeos, como Nougués, Hileret, Erdmann, o Etchecopar, por ejemplo, pero solamente un norteamericano, don Felipe Bernan. Ese nombre hoy no suena a nadie. Sin embargo, a fines del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, nombrar a Bernan significaba referirse a uno de los hombres de más prestigio e importancia en el sur de la provincia.
Había nacido en Nuevo México, en 1830, hijo de Pedro Felipe Bernan y de Ana María de Armijo, ambos ciudadanos estadounidenses. No se sabe por qué se le ocurrió trasladarse a la Argentina y a Tucumán, pero el hecho es que ya estaba afincado entre nosotros en la década de 1860, en la villa de Medinas. Allí se casó con doña Mercedes Vera, de antigua familia de la zona. Tendrían ocho hijos. Hombre trabajador, Bernan no perdió tiempo en hacerse una sólida posición económica. Se sabe que, por los años 1870, ya tenía instalado, en la villa de Monteagudo, un molino de gran envergadura.
El molino
El historiador Emilio J. Schleh expresa que el establecimiento de Bernan ocupaba un edificio de dos plantas, distribuido en una superficie de 720 metros cuadrados, “más los depósitos con capacidad para 1.500 cargas de trigo, siendo la molienda diaria de 20 cargas”. Al mismo tiempo, iba adquiriendo numerosas propiedades, tanto en el sur de Tucumán como en la ciudad capital.
Se sabe que tenía especial amistad con el famoso párroco de Medinas, don Miguel Román, una especie de Cura Brochero de esos parajes. Román se abocó a reconstruir totalmente la iglesia de Medinas, tarea en la cual Bernan colaboró resueltamente, junto con los hacendados Vicente López y Benjamín López, hasta verla inaugurada hacia 1876.
No escaparon, a los proyectos empresarios de Bernan, las posibilidades de la industria azucarera. Así fue como en 1882, o según algunos en 1880, en un paraje llamado Los Vegas, a una legua de la Villa de Medinas y a una legua de Concepción, instaló un ingenio. Lo bautizó “San Felipe de Los Vegas”. Estaba ubicado en el punto llamado San Ramón. Algunos dicen que al comienzo funcionó allí un molino de su propiedad, luego trasformado en ingenio.
El ingenio
Rodeado por un terreno de 175 hectáreas, de las cuales 60 estaban plantadas con caña, era de los denominados “ingenios chicos” de Tucumán, y lo servía “un hermoso acueducto que trae abundante líquido para el riego”, además de “veinte carros para servicio de la casa, 150 animales y un número considerable de peones”. Así lo describía la “Estadística Gráfica de la Exposición de Chicago”, de 1892, que publicaba un gran dibujo coloreado de sus instalaciones: calificaba a Bernan de “extranjero activo, inteligente y laborioso”, con “otras importantes propiedades en Medinas y varias casas en aquella villa”.
Era la época en que “San Felipe de Los Vegas” producía 30.000 arrobas de azúcar y 36.000 litros de alcohol al año. Se sabe que molió hasta 1897, inclusive. Hoy, no sabemos que quede vestigio alguno de esa fábrica.
El paso de los años no logró amortiguar la extraordinaria capacidad de trabajo que caracterizaba a don Felipe Bernan. Tenía más de 60 años –lo que era avanzada edad para su época- y seguía yendo y viniendo todos los días desde su casa de Medinas, ubicada frente a la plaza, hasta el ingenio.
Duro de matar
En los expedientes judiciales que guarda el Archivo de la Provincia, se registra un sangriento suceso que lo tuvo por víctima. Corría octubre de 1895 cuando un vecino de la zona, Robustiano Aguilar, disgustado porque Bernan le exigía el pago de una deuda, lo detuvo en el trayecto y le asestó tres puñaladas. Don Felipe logró desasirse del atacante y pudo llegar al galope, ensangrentado, hasta Medinas.
El médico que lo atendió, en sus declaraciones durante el proceso contra el heridor, hacía notar que, tras examinar a Bernan, encontró que “tiene una constitución relativamente robusta, a pesar de contar sesenta y tantos años; tiene la voz clara, articulada, fácil, y sus movimientos son activos”.
Agregaba que “entregado desde largos años a los rudos trabajos del campo, aun se considera con fuerza para atender los múltiples menesteres que le demanda su establecimiento”. Tanta razón tenía que, pocos días más tarde, a pesar de la importancia de los puntazos –en el parietal, en la nuca y en el omóplato- don Felipe ya estaba de nuevo en la brega.
La vida cotidiana
Las viejas crónicas del sur registran con frecuencia el nombre de Bernan. Era habitual concurrente al reñidero de gallos de Manrique, gran atracción de los medinenses por entonces.
Cuando iba a Concepción, se entretenía jugando al dominó, en las partidas que mantenía con el presbítero Carlos Juangorena, Pastor Liendo, Emeterio del Río, Juan Ángel Saracho y otras figuras conocidas de la zona en aquellos años.
La condición de extranjero no permitió a don Felipe actuar directamente en política; pero según el epistolario del gobernador Federico Helguera, era su “amigo leal” y un sincero sostenedor del Partido Liberal. Bernan era masón, e integraba la logia “José Boggiani” de Concepción, que funcionaba en una casa alquilada de su propiedad.
A poco de dejar de moler el ingenio, Bernan enviudó. Entonces, pasaba casi todo el tiempo en Concepción, aunque de vez en cuando venía a Tucumán para hacer algún trámite o para visitar a sus amigos.
Según testimonios del expediente judicial, parecería que en uno de esos viajes decidió que ya no tenía sentido continuar viviendo.
Trágico final
Hizo un último viaje a Tucumán donde, narra el diario “El Orden”, se despidió “de los miembros de su familia y de algunos amigos, manifestándoles que se aproximaba la hora de la muerte” y que desde hace tiempo lo afectaba “una cruel dolencia, que le preocupa constantemente”.
Poco después de llegar a su casa de Concepción, se quitó la vida, el 17 de junio de 1908. Su acta de defunción expresa que la muerte del industrial se produjo por “herida de arma de fuego”.
El doctor Juan B. Terán, quien actuó como abogado en la testamentaría de Bernan, lo describió como “hombre de trabajo”, que “logró formar una de las primeras fortunas de la provincia”.
Era “enérgico, inteligente y bueno: un pionero”, expresó en uno de sus escritos.