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Hace seis meses se cumplió el bicentenario de la muerte de Francisco de Miranda, el gran precursor de la independencia americana. Se le tributaron honores en Venezuela, pero -que sepamos- en la Argentina y otros países del continente la fecha pasó en silencio.


Esto a pesar de la envergadura internacional del personaje, cuyo nombre -por orden de Luis Felipe– figura tallado sobre el mármol, entre los que inmortaliza el Arco de Triunfo de París. “A ese hombre le arde en el pecho el fuego sagrado de la libertad”, expresó Napoleón Bonaparte, en tanto Simón Bolívar (arrepentido de sus fatales desinteligencias con él) lo calificó como “el americano más universal”.

Usando las obras de referencia puede sintetizarse su trayectoria. Francisco de Miranda nació el 28 de marzo de 1750 en Caracas, hijo del comerciante Sebastián de Miranda Ravelo y de Francisca Rodríguez de Espinosa. Estudió en la Universidad de Caracas los idiomas clásicos y allí se graduó de bachiller. Según su testimonio -no respaldado por documentos- llegó a recibirse de médico.

El militar

Marchó a España en 1771, dispuesto a servir en el ejército real. Se iniciaba así una por demás larga, aventurera y agitada etapa de viajero por muchas tierras del mundo, que registró minuciosamente por escrito.

En Madrid siguió estudiando Matemáticas, Geografía e idiomas. Formó una rica biblioteca, donde había tal vez demasiados títulos vedados, que pudo conseguir a pesar de la vigilancia férrea de la Inquisición. Esto además de interiorizarse a fondo de las tácticas militares.

Cuando estuvo suficientemente formado y tras el pago de una fuerte suma de dinero, obtuvo en 1773 una patente de capitán. Fue asignado al Regimiento de Infantería de la Princesa, que mandaba el mariscal Juan Manuel de Cajigal y Monserrat, quien llegaría a valorarlo mucho. Peleó con bravura en el sitio de Melilla y fue herido en las piernas en el intento de reconquista de Argel.

Lo trasladaron luego al Batallón de Aragón en Cádiz, como ayudante de campo de Cajigal. Con este regimiento se embarcó rumbo a Cuba, cuando España apoyó a los rebeldes en la guerra por la independencia de los Estados Unidos.

Más campañas

Luchó contra los ingleses en la batalla de Pensacola (marzo de 1781) y obtuvo, tras el triunfo en esa importante acción, las insignias de teniente coronel. Se reconocía así la previa tarea de estudio del terreno y de estrategia que aportó a Cajigal. Este lo envió luego como espía a Jamaica. Su misión pública era arreglar un canje de prisioneros, y la secreta consistía en estudiar la situación de las fuerzas británicas. Tuvo éxito. Además de recoger la información encargada logró que se firmase un convenio de canje.

A su regreso a Cuba se le inició un serio problema. La Inquisición, desde Sevilla, lo acusó de tenencia de libros prohibidos y pinturas obscenas, además de otros delitos, y requirió que lo enviasen preso a España. Pero su jefe Cajigal logró demorar la intimación, y llevó a Miranda como su ayudante en el exitoso ataque a Las Bahamas, en 1782. Fue entonces ascendido a teniente coronel y puesto a las órdenes del comandante general de las fuerzas peninsulares en Cuba, Bernardode Gálvez, en la isla de La Española.

Largos viajes

Entretanto, se activó el proceso que llevaba adelante la Inquisición española. Sabedor de que su arresto ya era inminente y ayudado por Cajigal, se fugó (junio 1783) a Estados Unidos, país que empezaba a organizarse luego de haber concluido su guerra de independencia.

Miranda recorrió las ciudades más importantes del país. Leyó y estudió afanosamente, visitó universidades, tuvo amoríos y conoció a George Washington y a Samuel Adams, entre otros notables. A fines de 1784 pasó a Gran Bretaña. La misión de espionaje que había cumplido en Jamaica le atrajo la prevención y la estrecha vigilancia de las autoridades.

Con el primer embajador norteamericano ante la corona inglesa, coronel William Stephens Smith -quien era su amigo- decidió viajar a Prusia para apreciar las maniobras militares que preparaba Federico El Grande.

Pudo burlar las celadas que le habían preparado para arrestarlo al llegar a Francia y enviarlo a España y, con Smith, recorrió lo que son hoy Bélgica, Alemania, Austria, Hungría y Polonia, además de tierras griegas e italianas. En 1787 visitó la corte de Catalina II en Kiev. Mantuvo entrevistas con la emperatriz rusa, quien se interesó por los asuntos americanos.

El gran sueño

Miranda se encontraba en Francia cuando estalló la famosa revolución de 1789. Sirvió en su ejército contra los prusianos y fue ascendido a mariscal, luego de participar en numerosas batallas, entre ellas la muy importante de Valmy. Durante el Terror, varias veces lo arrestaron los jacobinos y corrió riesgo de ser guillotinado; pero finalmente pudo pasar a Inglaterra, en 1798. Se dirigió luego, por segunda vez, a Estados Unidos. Allí mantuvo contacto con Thomas Jefferson, entre otros hombres importantes.

Les confió -como lo había hecho en Inglaterra- su vasto propósito, que venía alentando a través de las logias libertarias. Consistía en formar, en América, un enorme Estado independiente, que abarcase todas las colonias españolas y portuguesas, desde la margen derecha del Mississippi hasta Tierra del Fuego. Su plan era que lo gobernaría un parlamento con dos cámaras, y un soberano de la nación Inca. Como homenaje a Cristóbal Colón, se llamaría “Colombia”.

Se prodigó difundiendo esta idea en cartas, proclamas y ensayos, redactados tanto en castellano como en los otros idiomas que manejaba y traducía. Su intelecto estaba en constante actividad, dirigida siempre a liberar a los americanos, lo que constituía su gran obsesión.

El dictador

Con esas miras, en 1806 pasó a Haití. Armó tres buques, con los cuales proyectaba desembarcar en Venezuela e iniciar la lucha contra los españoles. Pero esta primera empresa libertadora no tuvo éxito, a pesar de que lo apoyaron los ingleses. Luego de batallar contra las fuerzas navales realistas logró desembarcar en las costas de Coro e izar por primera vez los colores venezolanos. Pero al no encontrar apoyo popular optó por regresar a Gran Bretaña.

Al empezar Venezuela el proceso independentista, Simón Bolívar y Andrés Bello lograron que Miranda accediera a regresar a su país. Le reconocieron el grado de general. Tuvo una banca en el Congreso Constituyente de 1811, y ese año puso su firma en el Acta de Independencia de Venezuela. Su prestigio fue creciendo. Tanto que, en abril de 1812, cuando avanzaban las fuerzas realistas, fue ascendido a generalísimo y nombrado Dictador Plenipotenciario y Jefe Supremo de los Estados Unidos de Venezuela.

La capitulación

Duró poco en el máximo cargo. No pudo enfrentar a los realistas, cuyos generales Monteverde y Yáñez lo atacaban desde dos puntos. Sus soldados desertaban constantemente y no lo apoyaba la sociedad venezolana. Como si fuera poco, sobrevinieron el gran terremoto de Caracas, la derrota de Bolívar en Puerto Cabello y la rebelión de los esclavos en Barlovento.

Seguro de que iba hacia un desastre completo, no le quedó más remedio que capitular con los realistas en San Mateo (25 de julio de 1812). Este acto fue considerado por Bolívar como una traición. Hizo arrestar a Miranda y pensó fusilarlo, idea de la que lo disuadieron algunos consejeros. Pero lo mantuvo prisionero en el fuerte de San Carlos, que mandaba el coronel Manuel María de las Casas. Sucedió que este se pasó al bando de los españoles y entregó a Miranda al general realista Domingo Monteverde.

Preso por siempre

Desde entonces, a lo que quedaba de su vida Miranda lo pasaría en cautiverio. Los realistas lo encerraron en el Castillo San Felipe de Puerto Cabello, y luego lo trasladaron a la fortaleza de El Morro, en Puerto Rico. De allí fue embarcado a España. Quedó recluido en el calabozo del Penal de las Cuatro Torres, en el arsenal de La Carraca, de Cádiz. Cuando pudo comunicarse con amigos, lo ilusionaba la posibilidad de fugarse y pasar a Gibraltar.

De pronto, el 14 de julio de 1816 -cinco días después de la declaración de la Independencia en Tucumán- un ataque cerebral puso término a la vida de Francisco de Miranda. Sus restos fueron enterrados en la fosa común del Arsenal, y nunca se los pudo identificar. En el Panteón Nacional de Venezuela existe un cenotafio con su estatua y un sarcófago de mármol abierto, custodiado por las efigies de un ángel y un águila.