Metal, vidrios y un cierto aire parisiense
A lo largo de su historia de más de tres siglos, a la plaza Independencia se le fueron incorporando elementos variados que irían desapareciendo. Por ejemplo, las estatuas de Belgrano (hoy en la plaza homónima) y la “Parábola”, de Pompilio Villarrubia Norry (hoy frente al Cementerio del Oeste); las piedras hamburguesas que pavimentaban sus veredas desde 1889 hasta los años 1970; los dos quioscos para la Banda de Música, y el escenario con bancos de mármol “art déco” que lo reemplazó; una segunda fuente, igual a la que todavía existe; unas columnas de cemento con altoparlantes, etcétera, etcétera. Hasta tuvo un par de surtidores de nafta en dos esquinas, allá por los 30 o los 40.
Hojeando la colección de “El Orden”, encontramos registrada otra pieza que integró su antiguo ajuar. Al promediar los años 1920, la Municipalidad instaló, en el ángulo sudeste del paseo, un quiosco de metal con ventanas de vidrio. Al parecer, su destino inicial era la venta de diarios y revistas, y que fuera soporte de avisos comerciales.
Pero, en 1928, estaba cerrado y abandonado. En su edición del 23 de febrero, “El Orden” clamaba por el inmediato retiro del armatoste, pintado de “plateado, amarillo limón, azul de Prusia y otros colores”. Tronaba que “no sólo no llena el destino para que fuera construido, sino que constituye un insulto al más elemental buen gusto y a la mediana estética de nuestra plaza principal”. Los vidrios estaban rotos y también lo estaba un gran espejo que tenía, y que fue “depositario de miradas profundas y de sonrisas simpáticas” por parte de las damas paseantes.
A nuestro juicio, la carga del periodista era excesiva. Mirando la foto, hay que convenir que el quiosco tenía un cierto y elegante aire parisiense. No nos parece que atentase contra el buen gusto: repararlo no hubiera costado nada y se lo podía haber dedicado, por ejemplo, a la venta de flores. De todos modos, el artículo hizo efecto y el quiosco pasó a la historia, suponemos que muy poco después.