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CLASES DE PINTURA. En los años 1910, el fotógrafo registró una clase de pintura en la flamante Academia de Bellas Artes de Tucumán. LA GACETA / ARCHIVO

En la sociedad tucumana de su nombre.


En 1888, el artista Santiago Falcucci pintó, para la Sociedad Sarmiento, un retrato del prócer sanjuanino. En la revista de la institución, “Tucumán literario”, apareció un artículo que comentaba la obra, expuesta “en las vidrieras de la Relojería Moderna”. El pintor lo había elaborado en base a una fotografía que le facilitó un amigo de Sarmiento, el ex gobernador Tiburcio Padilla.

El anónimo articulista era crítico. “El retrato de Sarmiento se admira de lejos y se examina de cerca. Aproximándose se descubren los detalles y el gusto se resiente. No nos acerquemos, respetemos al arte y al genio”. Advertía que “con todo, Sarmiento está bien. La expresión augusta del anciano maestro, los rasgos característicos de su fisonomía venerable, el traje, sobre todo la corbata de seda, todo está muy bien”.

Aprovechaba para dar algunas noticias históricas. “Tucumán puede gloriarse de no haber carecido de artistas. Ignacio Baz, Eduardo Lecoq, Francisco Vázquez, Enrique Isnardo, (Santiago) Farina y Falcucci responden de esta verdad. Debido a esto será que el gusto está cultivado y los charlatanes no hacen patria”.

Recordaba que “una vez vino un fotógrafo cordobés haciendo viaje artístico y contando prodigios de Santiago y Catamarca. Hacía cuadros envidiables al lápiz, al carbón, al óleo y de todos modos. Abrió su estudio y algunas personas concurrieron el primer día: él mostró sus medallas y el público examinó sus aptitudes. Antes de un mes emprendió viaje de retorno y se fue con su habilidad a otra parte”. Añadía que “a Baz no le faltó trabajo nunca y a Lecoq le cuesta mucho dar cumplimiento a tanto trabajo como le han encomendado”. Lo mismo ocurría con Falcucci.