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LA PLAZA INDEPENDENCIA EN 1870. Costado oeste y parte del costado sur del paseo, en la época en que José "Pepe" Posse desempeñaba funciones públicas y escribía punzantes artículos en distintos diarios del país.

Durante más de medio siglo, don José “Pepe” Posse, íntimo amigo de Sarmiento, escribió sobre política en la prensa de Tucumán y del país. Por encima de las mudanzas de partido, mantuvo inalterable su honestidad personal.


Es difícil describir lo que alguien tan especial como José Posse (don “Pepe”, para todos) representaba en la ciudad de Tucumán del siglo XIX. Según el viajero Ernesto Quesada, la gente “solía esquivar” a este personaje que no reconocía similares y frente a quien siempre había que estar en guardia.

Era sustancialmente un periodista, que se ocupaba de la política y que escribía sobre ella sin pelos en la lengua y con la pluma mojada en ácido. Además, le gustaba actuar en la vida pública y había desempeñado todos los cargos posibles en su provincia, que sólo abandonó por breves intervalos y muy a regañadientes. Fue gobernador, ministro, presidente de la Legislatura, constituyente nacional, senador al Congreso, por ejemplo. Carecía de títulos universitarios, pero su capacidad hizo que el gobierno no sólo lo habilitara para ejercer de abogado: además fue fiscal, juez y miembro del Superior Tribunal de Justicia.

Su última función fue, durante dos décadas, la de rector de la entonces máxima institución cultural de la provincia, el Colegio Nacional. Lo había designado en el cargo su íntimo amigo Domingo Faustino Sarmiento. Era el único que se tuteaba con el famoso sanjuanino.

El amigo de Sarmiento

Don “Pepe” nació en Tucumán el 19 de marzo de 1816, meses antes de la jura de la Independencia. Su familia se consideraba la más acaudalada de la ciudad, y la parentela era dueña de fábricas azucareras: Wenceslao Posse, del ingenio Esperanza; Juan Posse, del San Juan; Felipe Posse, del San Felipe; Emidio Posse, de La Reducción; Vicente Posse, del San Vicente. Pero él pertenecía a la rama sin dinero y sin instinto comercial. Las módicas empresas que don “Pepe” intentó terminaron en fracaso. Vivió siempre muy ajustado, para no decir que francamente pobre.

“Salvaje unitario” de la Liga del Norte, se exilió en Chile en 1841. Allí se inició su vínculo con Sarmiento. En su compañía auxilió a Gregorio Aráoz de La Madrid, cuando cruzaba en huída la cordillera, con la fuerza derrotada en Rodeo del Medio. Vuelto a Tucumán en 1844, pudo comprar una finca de caña y empezó con el periodismo.

Fundó el diario “El Conservador”, que sólo apareció unos meses. Quebrada la empresa, no tuvo otro camino que refugiarse en el empleo público. A pesar de sus antecedentes, el manso gobernador rosista Celedonio Gutiérrez lo nombró oficial en el Ministerio de Gobierno: siempre había lugar en el Cabildo para alguien capaz de poner en castellano la papelería oficial. Y, por un tiempo, hasta desempeñó en interinato la cartera ministerial. Recién después de Caseros se le abrirían las otras funciones públicas.

Un hombre imponente

Posse tenía elevada estatura y un rostro apuesto donde resaltaban los ojos celestes descoloridos. Había algo imponente en su persona. Gregorio Aráoz Alfaro recordaba, de sus tiempos de alumno del Nacional, que era suficiente que sonara el toc-toc del bastón de don “Pepe” sobre las baldosas del patio para que todos sintieran su autoridad y su prestigio.

Se levantaba a las cuatro de la mañana y escribía mientras tomaba mate. Era un fanático del horario y de la anticipación: cuando tenía que tomar el tren temprano, directamente dormía en un banco de la estación. Ninguna comida le hacía mal, lo que parecía rasgo de familia: “tiene el estómago de los Posse”, decía la gente para calificar a quienes ingerían sin molestias los manjares más pesados. Fuera del periodismo, cazar y pescar eran sus placeres favoritos. Con un cortaplumas fabricaba bastones que obsequiaba a los pocos -bastante pocos- amigos que le quedaban luego de sus desbocadas campañas en la prensa.

“El Conservador” fue el único diario propio de Posse. Pero siempre redactó ásperas columnas en “El Liberal”, “El Imparcial”, “El Argentino Independiente”, “La Razón” y “El Orden” de Tucumán. Además, publicaba en “El Eco de Córdoba”, de Córdoba, y en “El Nacional” y “El Censor”, de Buenos Aires. Ya había cruzado los 80 años y seguía escribiendo. En 1901, el Congreso Nacional de Periodistas lo saludó como “campeón de la prensa”, en pie de igualdad con figuras como Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López.

“Prestigio de impopularidad”

Un talento natural y lecturas tan abundantes como desordenadas, lo convirtieron en un dotado escritor (de prensa, ya que nunca intentó un libro) lleno de recursos. Paul Groussac, quien fue su amigo y su enemigo según las épocas, opinaba que Posse tenía “un sentido innato del estilo”. Lo animaba “el trazo, la fuerte y mordiente sobriedad, la flecha dentada que se clava en el blanco y allí queda, vibrante”. Pablo Lascano asegura que aún cuando resolvía no firmar, “el menos avezado reconocía su estilo en el suelto rápido, en la correspondencia, en la colaboración, en las solicitadas y en cuanto espacio hay en un diario”.

En cuanto al objetivo de sus dardos de periodista, Groussac dice que “zamarreaba a todo el mundo sucesivamente, saturado en seguida de sus nuevos amigos y viviendo en una indigestión crónica de la mediocridad ambiente. Tan pronto estaba con unos, prefería a los otros: de allí su eterno ‘prestigio de impopularidad'”. Y lo rodeaba “ese encanto irresistible de los amargos cuando se dignan sonreír”.

Genio bilioso

No podía con su bilioso genio. Cuando se peleó con Martín Piñero, en 1868, explicaba a Sarmiento: “le dije una frase humorística, que hirió un poco su cólera inflamable, y me tiró con barro; y tanto me tiró, que al fin yo alcé del suelo no se qué inmundicia y se la despaché al rostro. Me he arrepentido después y creo que él también, pero la rotura quedó sin soldarse”.

Se reía de las sesiones del Congreso Nacional, por “la estrategia de la palabra, el can-can de la lengua”. Respecto a los discursos de Mitre, comentaba que “por hallarle sabor a leche de burra, en los primeros renglones abandoné su lectura”. A Nicolás Avellaneda lo llamaba “el hombrecito de las vidalitas literarias”; a Nabor Córdoba, “el bribón más cabal que tiene la República”; a Lucas Córdoba, “matón y duelista”; a Benjamín Villafañe, “coya infame”, y así.

Las cartas que intercambió con Sarmiento entre 1845 y 1888 -que se editaron felizmente en dos tomos- tienen el enorme interés de la franqueza. Ambos discurrían con absoluta libertad sobre la gente y sobre los sucesos de la política nacional y provinciana. Se estamparon allí los sueños de dos sempiternos disconformes, envejecidos luchando por un país moderno, con prácticas cívicas e institucionales adecuadas a tal condición. Vicente C. Gallo juzga que en esa correspondencia “nada se ocultaron, y vertieron muchos juicios que ahora resultan hijos de la pasión antes que de la verdad y la justicia”.

La honradez esencial

Amores y odios políticos de don “Pepe” transcurrieron no sin variaciones. Pero lo que nunca se modificó fue la honradez esencial del temido viejo. “Hostigado durante medio siglo por la envidia y por la malignidad provincianas, jamás se encontró un grano de polvo sobre el espejo de su honor”, reconoce Groussac. Posse murió el 28 de abril de 1906, un mes después de cumplir los 90 años. Era el decano de los periodistas argentinos, y Tucumán le debe todavía el nombre de una calle.

Ya octogenario, en 1897 la Legislatura de Tucumán resolvió acordarle una pensión. Ni bien enterado, Posse la rechazó con altivez. “Es mi resolución irrevocable no aceptar pensión alguna por servicios que ya pasaron y que en el tiempo y ocasión fueron remunerados según su mérito. Hay, por otra parte, deberes cívicos que se cumplen sin recompensa. No tengo necesidades extremas por mi edad, que no pueda llenar con mis humildes recursos, y no quiero recargar al Tesoro de la Provincia, demasiado gravado con deberes y obligaciones que habrá de cumplir, con un solo centavo de pensión en mi favor”.