Jean Adam Graaner, comisionado secreto del príncipe Bernadotte, estuvo en las juras del Congreso y del pueblo.
Entre la gente importante que circulaba por San Miguel de Tucumán en 1816, mientras sesionaba el Congreso de las Provincias Unidas, no dejó de llamar la atención cierto arrogante oficial extranjero, que se comunicaba en trabajoso pero comprensible castellano, y al que las autoridades dispensaban un trato especial.
Era sueco de nacionalidad, tenía grado de capitán, se llamaba Jean Adam Graaner y su edad promediaba la treintena. En realidad, nadie sabía lo que estaba haciendo en las Provincias Unidas. Tenía un impresionante legajo militar y varias condecoraciones. Se decía que había venido a ofrecer su espada y su experiencia guerrera a los criollos, como tantos otros; pero no se sabe que llegara a hacerlo.
Axel Paulin piensa que desempeñaba una misión secreta del conde Juan Bautista Julio Bernadotte, príncipe de Suecia y Noruega (y luego rey Carlos IV), quien quería tener datos fieles y frescos sobre estas tierras. Ya que las Provincias Unidas parecían a la pesca de un monarca, Bernadotte se interesaba en el tema, pues en ese momento su situación no estaba muy consolidada en Suecia.
No mucha confianza
El Soberano Congreso había considerado la presencia de Graaner. En “El Redactor”, consta que el 29 de mayo de 1816, el presidente manifestó al cuerpo que se le había presentado “un oficial con permiso de su soberano, el rey de Suecia, para buscar servicio en América”. Se debatió entonces “si convendría no dejarle pasar al interior, sin asegurarse antes del conocimiento de su persona y designios; o al menos tomar algunas precauciones para evitar las que pudieran ser perjudiciales al país”. Tras varias opiniones, se consideró “más conveniente la franqueza que, acreditando la libertad con que el país admitía a los extranjeros, los atrajese a nuestro suelo”.
Esto sin perjuicio de desconfiar más tarde. En la sesión secreta del 29 de agosto de 1816, se prevenía al Director Supremo que tuviera cuidado con el sueco, “cuya conducta no parece del todo inocente”.
Graaner, nacido en 1782, se inició la marina y luego pasó al ejército de su país, participando con distinción en las guerras napoleónicas y en otras campañas. Era hombre culto, hablaba varios idiomas, era fácil de trato y tenía agudas condiciones de observador.
Un bello Tucumán
Sobre esta primera estadía en las Provincias Unidas en 1816, el capitán Graaner elevó, al príncipe Bernadotte, un minucioso informe de título extenso: “Ensayo sobre el estado actual de las Provincias Unidas de la América Meridional con algunas noticias sobre las revoluciones desde la abolición del Virreinato en 1810 hasta el mes de noviembre de 1816.”
Sabemos por ese texto que, desde la barra, Graaner asistió metódicamente a las sesiones públicas del Congreso. “Casi dos meses seguidos –escribió- he presenciado las deliberaciones de la asamblea”. En su informe, describía embelesado a Tucumán, con sus “selvas inmensas, con más de cien diferentes especies de madera” de las que, decía, “he recogido cincuenta y cuatro muestras, únicamente en las vecindades de San Miguel”. Ponderaba los bosques, “en que se mezclan los limoneros con los naranjos silvestres”, llenos de “abejas que dan miel y cera en gran abundancia; palomas, faisanes, cantidad infinita de loros y otros pájaros silvestres”.
“Valle delicioso”
Decía que a las “praderas altas” tucumanas, “se mandan, en tropas, cantidad de excelentes caballos y mulas que se venden en el Perú”. Añadía que “por sobre estos campos, se ve planear en gran número esos pájaros famosos considerados como los mayores de su especie, que llaman en lengua de Cuzco ´cuntur’, y en Europa ‘cóndor’. Las lagunas y bañados están llenos de garzas, especie de cisnes, y los ríos abundan tanto en pescado que, por ejemplo, en el río de Santiago, no se puede beber el agua durante el mes de octubre, por el mal gusto que le produce la gran cantidad de peces que viven en el río”.
Anotaba que “los habitantes de la provincia de Córdoba son más industriosos que los de Tucumán”, y daba a nuestra ciudad una población de 7.000 habitantes. Mientras en Santiago del Estero había oído hablar “un dialecto muy dañado del español”, y, en la gente del pueblo, “la lengua del Cuzco o quichua”, advertía que, en la zona de Tucumán, “el color de los habitantes se nota más claro, y decae la lengua quichua, hasta que en la ciudad puede oírse un castellano puro”. Decía que San Miguel de Tucumán estaba ubicada “en un valle delicioso, al pie de una ramificación de la cordillera, rodeada por naranjos, limoneros, higueras y laureles”.
Las dos juras
Respecto a la declaración de la independencia, estuvo presente en la sesión del 9 de julio de 1816. “Esta declaración fue recibida con el mayor entusiasmo, y solamente después de tal acontecimiento ha podido advertirse actividad en las ramas de la administración de los negocios públicos”. Tenía “la esperanza de ver algún día estas provincias organizadas en cuerpo de nación”.
Gracias a Graaner, poseemos una colorida crónica de la aclamación que el pueblo tributó, a la declaración del 9, el 25 de julio, en el Campo de las Carreras. Ese fue, narra, “el día fijado para la celebración de la independencia en la provincia de Tucumán. Un pueblo innumerable concurrió en estos días a las inmensas llanuras de San Miguel. Más de 5.000 milicianos de la provincia se presentaron a caballo, armados de lanzas, sables y algunos con fusiles; todos con las armas originarias del país, lazos y boleadoras”.
Honda impresión
Lo impresionaron “las lágrimas de alegría, los transportes de entusiasmo que se advertían por todas partes”. Dieron a esta ceremonia “un carácter de solemnidad que se intensificó por la feliz idea que tuvieron de reunir al pueblo sobre mismo campo de batalla donde, cuatro años antes, las tropas del general español Tristán, fueron derrotadas por los patriotas”. Y “allí juraron ahora, sobre la tumba misma de sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para ellos más precioso, la independencia de la patria”.
Agregaba que “todo se desarrolló con un orden y una disciplina que no me esperaba. Después que el gobernador de la Provincia (Bernabé Aráoz) dio por terminada la ceremonia, el general Belgrano tomó la palabra y arengó al pueblo con mucha vehemencia, prometiéndole el establecimiento de un gran imperio en la América meridional, gobernado por los descendientes, que todavía existen en el Cuzco, de la familia imperial de los Incas”.
Excursiones
En su informe, Graaner estaba “completamente convencido de que América no caerá nunca bajo el yugo de los españoles, aunque se aniquilaran sus ejércitos y se quemaran y devastaran sus pueblos. Esto debe interesar a toda nación esclarecida, a cada casa reinante legal, a cada hombre de sentimientos nobles que ame la causa de la humanidad y odie la opresión sangrienta con que América fue conquistada y oprimida durante siglos”.
Además de asistir a las sesiones del Congreso, el capitán Graaner realizó varias excursiones durante su permanencia en Tucumán. Llegó inclusive hasta la frontera altoperuana, ansioso por ver de cerca el Ejército del Norte, comandado por el general José Rondeau. Este jefe, anota Juan Antonio Solari, mereció al sueco “opiniones que en nada difieren de las expresadas años más tarde por el general José María Paz en sus célebres memorias”.
En Tucumán, había trabado amistad con el Director Supremo, brigadier Juan Martín de Pueyrredón. Este le entregó una carta dirigida a Bernadotte, donde le daba noticias de la declaración de la Independencia, y expresaba su esperanza de un próximo entendimiento amistoso entre nuestro país y la nación sueca.
Ida, vuelta y muerte
Luego, Graaner partió a Europa, y desde Río de Janeiro remitió al Director Supremo una extensa carta, con diversas consideraciones sobre política internacional. En mayo de 1817, en Estocolmo, elevó al príncipe el informe que nos referimos, redactado en francés, y que luego sería completado con datos y otras referencias verbales para su publicación.
Antes de concluir 1817, Graaner volvió a América del Sur. Esta vez, ya tenía carácter de emisario oficioso del gobierno sueco, con la misión de estudiar la posibilidad de relaciones directas. Renovó entonces sus amistades argentinas anteriores y obtuvo otras, entre ellas la del general José de San Martín, cuando éste llegó a Buenos Aires tras la victoria de Chacabuco. Inclusive, se alojó en casa de los Escalada, suegros del Libertador.
Decidió también Graaner visitar Chile. Con cartas de recomendación que San Martín le dio para los gobernadores de la zona de Cuyo y para el general Bernardo O’Higgins, cruzó la cordillera y llegó a Santiago en el invierno de 1818. Pasó allí una buena temporada y se embarcó de regreso a su país al año siguiente. Pero falleció durante el viaje, a la altura del Cabo de Buena Esperanza, el 24 de noviembre de 1819.