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UBICACIÓN INICIAL. En esta foto tomada hacia 1897 se distingue la efigie de Belgrano al centro de la plaza Independencia, donde estuvo hasta 1904.

Francisco Cafferata se quitó la vida a los 29 años, en 1890. En Tucumán, se conservan tres obras de su cincel: el Belgrano, la figura de la tumba de Colombres y el busto de un soldado.


Corría el año 1883 y presidía la Nación nuestro comprovinciano, el general Julio Argentino Roca, mientras el gobernador de Tucumán era el doctor Benjamín Paz. El 27 de agosto, Paz recibió un telegrama del presidente.

Expresaba: “Hace algún tiempo que un artista argentino me envió desde Europa una hermosa estatua de yeso del general Belgrano. Tomándola como modelo, he hecho fundir en el Parque (de Artillería) una de bronce, que ya ha sido terminada con el mejor éxito. La destino para el pueblo de Tucumán y me será grato enviársela pronto a V.E. con el pedestal correspondiente, a fin de que sea colocada en La Ciudadela, donde el ejército argentino ganó una de las más gloriosas batallas de la Independencia, a las órdenes del general Belgrano”.

La noticia causó gran entusiasmo. No era para menos. Además de tratarse de una figura tan querida como era la de Belgrano, ocurría que hasta entonces no se contaba con estatua alguna en los paseos de Tucumán. No mencionaba Roca el nombre del “artista argentino”, autor del bronce. La omisión era bastante común en esos tiempos.

Un “escultor argentino”

Se trataba de Francisco Cafferata, porteño hijo de italianos que contaba 23 años por entonces. La gentileza de un miembro de la familia del escultor, la profesora Teresa Iacona, nos facilitó la consulta de una investigación que tiene en trámite. Sabemos por ella que Cafferata se formó inicialmente en escultura con Francisco Parodi y en pintura con Julio Laguens.

En 1877 viajó a Florencia para estudiar en serio: las posibilidades de aprendizaje artístico en la Argentina eran muy magras por entonces. Estuvo primero en el taller de Augusto Passaglia y después en el de Urbano Lucchesi: ambos eran módicos escultores académicos. Permanecería en Italia durante ocho años, hasta 1885. Pero en 1882, Cafferata envió desde allí el bronce “El Esclavo”, a la Exposición Continental de Buenos Aires. El jurado le adjudicó la Medalla de Oro: hoy se puede admirar esa obra en los jardines de Palermo, en el parque 3 de Febrero. Según la profesora Iacona, el tema de los esclavos tenía profundo eco en la sensibilidad de Cafferata.

Al centro de la plaza
Y dos años antes de regresar de Europa, presentó a Roca aquel yeso de la estatua de Belgrano, que fue vaciado en bronce. El presidente envió el bronce a Rosario en el vapor “Félix Naposta”, para que desde allí se transportara en tren a Tucumán. El 23 de noviembre telegrafiaba a Paz: “La estatua de Belgrano que ofrecí a Tucumán está ya en el Rosario y doy orden para que sea remitida sin demora”.

Pero había cambiado de idea en cuanto a la ubicación. Ya no quería que fuese emplazada en La Ciudadela, sino en la plaza principal. “Creo que podrían empezar a demoler esa columna de la plaza Independencia” -agregaba el telegrama- porque allí la estatua “estará mejor colocada que en ninguna otra parte”. Esto porque “las estatuas que sirven para mantener vivo en la memoria de los pueblos el recuerdo de los grandes hombres incitando al ejemplo, deben levantarse siempre en los parajes más públicos y concurridos”.

Por cierto que el deseo del presidente era una orden. El 3 de diciembre la Municipalidad pidió a la Sala de Representantes, la autorización -de acuerdo al sistema legal de entonces- para colocar la estatua. La Sala, el mismo día, acordó por ley que al día siguiente promulgó Paz, el permiso “para erigir en la plaza Independencia de esta ciudad la estatua del general Don Manuel Belgrano donada por el Excmo. Señor Presidente de la República”. Tres días más tarde la Municipalidad dictaba la correspondiente ordenanza.

La inauguración
Ya estaba en Tucumán el medio centenar de bultos del envío. Contenía -en cuatro cajones, treinta y dos esqueletos de madera y un paquete- tanto la estatua como el pedestal de mármol y las rejas, además de las herramientas y utensilios necesarios para dar cima al trabajo.

Demoler el monumento de la plaza -que databa de 1862- no fue tarea sencilla, dados la voluminosa base y los veinte metros de altura de la columna. Pero el trabajo se ejecutó rápido. Lo que más demoró fue el armado del nuevo monumento, tarea que corrió a cargo de expertos: hubo que traerlos de Buenos Aires, ya que no los había en Tucumán.

Un acta manuscrita, que se descubrió recientemente enterrada en un tubo de latón, informa que el teniente coronel Juan Penna, inspector de los talleres del Parque de Artillería, dirigió la colocación. De esta se encargaron dos maestros albañiles, italianos de origen, y un marmolero suizo.

Por fin, el 25 de mayo de 1884, en una gran ceremonia, quedó inaugurado el Belgrano. Dijeron discursos el gobernador Paz, el ministro Ricardo Viaña y el médico Víctor Bruland.

Una noble figura

Cafferata modeló su Belgrano de pie, con un rollo de papeles en la mano derecha y la izquierda sobre el pomo de la espada. Viste el frac militar de reglamento, con alamares y charreteras como único adorno: una banda con borlas en los extremos cruza el pecho sin condecoraciones. Lleva botas con borla en lo alto de la caña y calza espolines. El correaje que sostiene la espada pende de un cinto, ajustado por la gran hebilla que lleva grabado un sol radiante.

El rostro del vencedor de Tucumán es fiel a la iconografía auténtica disponible. No aparece arrogante sino más bien pensativo, concentrado. Genera empatía en el espectador, porque irradia un aire de nobleza.

Entre las anécdotas que rodearon el suceso está la de la anciana “Negra Paula”. Ella había conocido a Belgrano en casa de sus amos, los Gramajo, durante su niñez de esclava: era la que hacía circular el mate o el chocolate durante las visitas del general, hacía más de seis décadas.

Cuando se retiró el paño de la estatua, Petrona se quedó mirando asombrada la pátina oscura del bronce. Luego, partió de inmediato a la casa de Teresa Gramajo de López.

“Cómo se conoce que los hombres de ahora no conocieron al niño Belgrano. Aquel era un niño lindo, blanco, y ahí en la plaza están poniendo ahora la figura de un negro diciendo que es él”, comentó enojada.

“El soldado argentino”
Al año siguiente, Cafferata regresó a la Argentina. Traía la estatua del almirante GuillermoBrown en bronce, que fue colocada en 1886 en la plaza de Adrogué. Es una pieza importante en la escultórica nacional. El historiador Jorge López Anaya recalca que se trató del “primer monumento público del país íntegramente realizado por un artista argentino”.

Ya que nos referimos a Cafferata, parece oportuno mentar otros dos trabajos de este escultor que existen en Tucumán.

Tiempo después de inaugurado el Belgrano, un médico y político de Tucumán, el doctor Alberto de Soldati, compró a Cafferata un magnífico busto de bronce, sobre base de mármol, firmado y fechado “Bs.As. 1887”. Es un rostro de guerrero recio y curtido por los combates y la vida de fortines. Tiene rasgos negroides y barba en candado, y mira con fiereza, bajo la visera del quepí ajustado al mentón por una correa. Se trata de una obra llena de fuerza y sugestión, que conservan los descendientes de Soldati en Tucumán.

En cuanto a la otra obra de Cafferata, su historia empieza el 7 de noviembre de 1887, cuando murió prematuramente -tenía 28 años- el doctor Ignacio Colombres. Era un médico que había dado ejemplo de civismo luchando contra el golpe del 12 de junio de ese año. Como ministro de la administración Juan Posse, al ser atacado el Cabildo por los “juaristas” armados, dirigió con valentía la defensa, hasta que la gran cantidad de asaltantes lo obligó a capitular. Se decía que las agitaciones de esa jornada habían desencadenado el mal que le quitó la vida.

“El Dolor” o “La Piedad”
Los amigos de Colombres resolvieron costear su monumento fúnebre en el Cementerio del Oeste, y se lo encargaron a Cafferata. El escultor modeló en mármol una figura que algunos autores llaman “El Dolor” y otros “La Piedad”. El diario “La Prensa” la elogió cálidamente.

El rostro de esta mujer cuya cabellera cae en descuido, “retrata al dolor profundo” y presenta “una expresión admirable”, dijo el diario: “los labios comprimidos por el sufrimiento, el entrecejo contraído por el esfuerzo mental y los ojos llenos de melancólica expresión”. Ernesto Padilla subrayaba que en “la penetración a que llega la mirada concentrada de la figura”, hay una “sugestión melancólica” del vacío que dejó la muerte de Colombres.

La obra quedó concluida, según “La Prensa”, en abril de 1890 y se colocó en el cementerio tucumano poco después. Muy posiblemente fue la última que ejecutó el artista. El 28 de noviembre de ese año, Francisco Cafferata se quitaba la vida en una casa de Adrogué, justo cuando estaba modelando un importante encargo oficial: la estatua del “Negro Falucho”. Vicente Cutolo expresa que los biógrafos de Cafferata “han buscado inútilmente las razones de su muerte voluntaria, que lo destruyó en plena labor. Fue un romántico, un apasionado y, como tal, un misterioso”.