Asunción del rector Alberto Rougés, en 1945.
El 20 de abril de 1945, el gran filósofo tucumano Alberto Rougés, elegido por la asamblea universitaria, se hizo cargo de la función de rector de la Universidad Nacional de Tucumán. Mientras pronunciaba el discurso respectivo, sufrió un ataque cardíaco, que se llevaría su vida pocos días después, el 4 de mayo.
Tiene interés rescatar las líneas finales del que sería su última exposición pública. Expresó que “como la democracia es colaboración, la ignorancia es incompatible con ella. Su éxito es tanto mayor cuanto más elevado es el nivel de la educación pública que ella imparte. Por eso, en una democracia ejemplar, la educación tiene una jerarquía casi igual a la de la defensa nacional. Quiere decir que los deberes que tenemos los universitarios son graves; que la misión que la sociedad nos asigna es sagrada, por lo que la tarea que ella nos impone no debe ser interrumpida por cuestiones ajenas a la educación misma. Pero quiere decir también que es sagrado el derecho que tenemos de realizar nuestra obra sin intromisiones extrañas que la perturben y desnaturalicen, como desgraciadamente ha ocurrido aquí”.
Terminaba. ”Ahora que se nos ofrece la oportunidad de cumplir sin intromisiones extrañas nuestra sagrada misión, entreguémonos a ella con amor. Dejemos que pase por la calle el ruidoso y arrebatador torrente del hoy y trabajemos por el mañana, que sois vosotros, estudiantes. Procuremos que seáis dignos de ser el mañana de nuestra patria. Y trabajemos también por la eternidad, por el gran legado de cultura y de técnica que nuestra patria va a hacer a la humanidad, como lo han hecho los grandes pueblos de la tierra”.