El recuerdo del escritor Pablo Rojas Paz
Allá por 1906, el entonces niño -y futuro gran escritor tucumano- Pablo Rojas Paz, decidió hacer “la yuta” a la escuela Belgrano. Vagaba por la plaza Independencia cuando, narra en “El arpa remendada”, de pronto “oí tras de mí una sonora carcajada seguida de una observación intencionada: ‘¿A quién se le ocurre hacer la yuta en la plaza?’ El que hablaba era el padre Colombres, amigo de casa, que me observaba con la teja echada hacia la nuca, el cigarro de chala entre los labios, hundidas las manos en los grandes bolsillos de su hábito. En su rostro florecía una sonrisa que se iluminaba en la mirada”.
Colombres le aconsejó: “Vete hacia las quintas a robar naranjas o a hacer saltar el puntal de un vagón de caña. Nunca vengas a la plaza y con libros”. Pablo se quedó asombrado. “¿Cómo era posible que un sacerdote diera ese consejo? ¿Acaso estaba siendo castigado con la más eficaz y peor de las armas humanas: la burla? ¿O es que la yuta ya no era cosa tan seria como yo creía? Decididamente, mi novatada como rabonero era todo un fracaso”.
Partió entonces hacia las afueras, hacia esa “tierra de nadie surcada por el ferrocarril” que se abría entre las quintas y las casas. La lonja “servía de apeadero y refugio a los muchachos que preferían el campo raso a la ergástula de los estrechos bancos escolares. Era fin de setiembre y los lapachos rosados ostentaban las primeras flores. Las naranjas redondas brillaban con su tono de oro y bronce. Las estrellas federales eran tachones rojos en la tela azul del día. Una oscura bandada de gorriones volaba hacia las higueras. Una pandilla de raboneros, junto a un montículo de caña, se hartaba de masticar el dulce tallo. Me asomé a la rueda, sin decir palabra”…