Dos estudiantes de familia tucumana, Guillermo y Augusto Daniel Aráoz, se las ingeniaron para registrar el cadáver del general Justo José de Urquiza en 1870, pocas horas después de su asesinato.
En la actualidad, se cuenta con una enorme cantidad de fotografías de personas asesinadas, desde todos los ángulos y con los más increíbles detalles. Del siglo XIX existen fotos de muertos (había quienes las hacían tomar expresamente, para “recuerdo” familiar), pero no son muy frecuentes. Eso, entre otros motivos, porque las fotos generalmente se tomaban en los estudios. Lograrlas fuera de ese ámbito significaba una serie de dificultades -empezando por las lumínicas- además de cargar con los pesados aparejos, nada portátiles, que constituían el equipo del fotógrafo.
Por eso la fotografía del cadáver del general Justo José de Urquiza, captada a las pocas horas de su asesinato, constituye un documento sin duda impresionante. La imagen tiene su historia. Hace ya largos años copié párrafos (y lamento no haber obtenido una fotocopia integral) del escrito de uno de los autores de la macabra placa, por gentileza de la señora María Elisa Colombres de De la Rosa, ya fallecida. Esos apuntes permiten hilar la trama correspondiente.
Como se sabe, el ex presidente de la Confederación Argentina y en ese momento gobernador de Entre Ríos, fue ultimado al atardecer del 11 de abril de 1870, en su palacio de San José, a unos pocos kilómetros de la localidad entrerriana de Concepción del Uruguay. El asalto había sido ordenado por el general Ricardo López Jordán: se supone que la idea primitiva era un secuestro, pero la resistencia de la víctima desencadenó la tragedia.
El crimen de San José
Fue una auténtica “operación comando”, de la que participó un total de medio centenar de hombres, divididos en tres grupos. El mayor Robustiano Vera debía neutralizar el cuerpo de infantería del Palacio, y el capitán José María Mosqueira se encargaría de dejar francas las puertas de entrada. Finalmente Simón Luengo ingresaría al mando de unos cuantos decididos a la suntuosa residencia del vencedor de Caseros.
Serían las 7 y media de la tarde cuando Urquiza, que conversaba en la galería con uno de sus administradores, Juan P. Solano, escuchó unos airados gritos que venían de las puertas del fondo. Primero pensó que se trataba de gente suya, pero pronto se dio cuenta del error. ¡Son asesinos… cierre la puerta del pasillo!, lo oyó gritar un testigo, esto a tiempo que corría hacia la salita donde estaban su esposa Dolores Costa y las hijas.
No tenía armas importantes a la mano, ni margen alguno para ir a buscarlas. Tomó entonces el pequeño rifle que usaba para matar pajaritos, que le acercó la cónyuge, y volvió al patio.
¡No se mata así a un hombre en su casa, canallas!
, dicen que gritó al grupo que ya llegaba hasta él. Les disparó un tiro, que alcanzó a quemar el bigote del cordobés Álvarez antes de impactar en el hombro del negro Luna. La partida ingresó, haciendo fuego, a la salita donde se hallaba el general, a cuyo cuerpo, aterrorizadas, se abrazaban Dolores y las niñas. Un tiro le acertó en la boca, y cayó al suelo atontado. Los hombres se acercaron y Nicomedes Nico Coronel, al ver que estaba vivo, “lo aseguró a puñaladas por debajo del brazo de su hija”. Son referencias del historiador Isidoro J. Ruiz Moreno, tomadas del expediente judicial.
Los hermanos Aráoz
Se había consumado así, en pocos minutos, el crimen que causó tremenda conmoción en la República. El presidente Domingo Faustino Sarmiento, al poner fuera de la ley a López Jordán, pocos días después, subrayaría las circunstancias del atentado en los párrafos iniciales de la proclama: “El gobernador de Entre Ríos fue muerto por sus asesinos al caer las primeras sombras de la noche, rodeado de su hijas, que intentaban sustraerlo a los puñales, y sin que la presencia de un solo hombre pudiese dar a este acto la apariencia de un combate”.
En el Colegio de Concepción del Uruguay, entretanto, ese día parecía uno cualquiera. Entre los estudiantes que “habían quedado sin salir al campo por la falta de relaciones, así como por la escasez de recursos”, estaba Augusto Manuel Aráoz, redactor de los apuntes. Era hermano de Guillermo y de Luis F. Aráoz, también alumnos del Colegio, y de Benjamín Aráoz, que un cuarto de siglo después sería gobernador de Tucumán.
Cuenta Augusto que se desempeñaba como celador del Colegio, “con una onza de oro de sueldo mensual”. Esto lo había obligado a renunciar a otro puesto que había logrado a su llegada a Concepción, de “oficial de Justicia de la Excelentísima Cámara”. Las tareas de celador, dice, “no me permitían estudiar ni asistir al empleo”. Pero trabajaba, cuando podía, ayudando a Guillermo en la casa de fotografía que este había instalado en la ciudad.
Conmoción en la ciudad
De acuerdo con la narración de Augusto, “a las 10 de la noche, oímos unos gritos y a la vez un tropel de caballos; en el instante pusimos atención, cuando apareció un soldado que venía a escape y gritando: han asaltado a San José las fuerzas del General Ricardo López Jordán; han muerto al General Urquiza.
Inmediatamente se mandó “tocar generala” y, bajo las órdenes del general Galarza y el comandante Calventos, una fuerza de “más de 1.000 infantes voluntarios” salió a medianoche, rumbo a San José. “Algunos colegiales fueron voluntarios y a mí, luego de estar en la formación, me sacó el Rector del Colegio, diciendo: que yo era empleado de la Nación, y que si me llevaban él pondría en conocimiento”, cuenta Augusto. Esto le permitió regresar al local del Colegio.
El minucioso relato de Aráoz continúa con otras secuencias: la ocupación del Colegio por parte de los soldados de Teófilo de Urquiza, y la llegada de una fuerza mandada por el mismo López Jordán. Este los intimó a deponer las armas, porque “el general Galarza había pactado con Jordán y toda defensa les pareció inútil a los Urquiza hijos y a Victorica”, que partieron a Buenos Aires “en un vaporcito”.
Así, “a las 2 de la tarde” entraba a Concepción del Uruguay el cadáver del general Urquiza, “acompañado de algunas personas adictas a él”. López Jordán, con su línea de soldados tendida a lo largo del paraje suburbano conocido como “La Seguridad”, se “mantenía cercano, contemplando el féretro que por delante pasaba”, dice Aráoz.
Como se sabe, Ricardo López Jordán fue elegido rápidamente gobernador por la Legislatura. Según Aráoz, eso ocurrió “a las tres”. Estuvo en la ciudad hasta el 14, “día en que salió en campaña”.
La famosa foto
Guillermo y Augusto, cargando la máquina de fotos con su trípode y demás equipos, habían logrado colarse en la habitación donde estaba depositado el cadáver con el cajón abierto. Tomaron entonces la famosa imagen. Registra medio cuerpo desnudo del general. Se nota perfectamente la sangre que mana de la nariz y de la boca -donde impactó la bala- así como los orificios del puñal.
Apunta Ruiz Moreno que, durante mucho tiempo -casi un siglo- se pensó que la muerte de Urquiza había sido causada por el balazo. Hasta que la exhumación de 1950 reveló una prótesis dental que había detenido el proyectil, evidenciando que los puntazos de Nico Coronel fueron lo que cerró la vida del general.
Los avispados hermanos se dieron cuenta de las posibilidades comerciales que podía tener su placa. Tanto es así que, como cuentan los apuntes de Augusto, ni bien vueltos al estudio empezaron a multiplicar copias de la imagen de Urquiza yacente. Y ya que estaban, hicieron también retratos del triunfante López Jordán. Los ayudaba “el joven Mariano Cabezón“.
Narra que “habíamos hecho 500 tarjetas de cada uno hasta el día 22… cuando nos vimos obligados a marcharnos”. Con la expresión “tarjetas” se refería a las pequeñas fotografías montadas sobre cartón, llamadas carte-de-visite, de dimensiones 10 por 6 centímetros, que se hicieron muy populares hasta fines de ese siglo.
Después
El precipitado escape de los Aráoz se debía al comienzo de la campaña militar nacional sobre Entre Ríos, que buscaba terminar con López Jordán. El Poder Ejecutivo, según la circular del ministro Vélez Sársfield, no podía admitir “esa doctrina que bajo la atmósfera del crimen y sobre el cadáver de su víctima, se proclama hoy en la Provincia de Entre Ríos, con el hecho y con la palabra, declarando que la muerte dada y la muerte recibida, abren y cierran la sucesión del mando en una Provincia argentina…”
Los Aráoz habían escondido, “debajo de un tablado”, en su estudio, “un cañón y algunos rifles”. Augusto cuenta que “apenas entró el coronel Elía se lo entregamos, pero ni esto nos sirvió de nada; nos trataba como a verdaderos soldados”. El fragmento de los apuntes termina: “Lo aguantamos dos días y tomando un bote pasamos el arroyo Negro en el Estado Oriental, tomando al día siguiente, el vapor a Buenos Aires”.
Guillermo “tenía dos bultos en el arroyo Negro”, que contenían parte del equipo del estudio: “los levanté y seguimos viaje a Buenos Aires donde llegamos sin novedad, el 23 de mayo de 1870”.