El elocuente discurso de Román F. Torres.
El tucumano Silvano Bores fue una de las figuras cívicas y culturales más destacadas de nuestra provincia durante la segunda mitad del siglo XIX. Fue gobernador en 1890 y, como diputado nacional llegó a tener enorme prestigio de orador. Era, además, un inspirado poeta, cuya obra debiera algún día recopilarse.
Bores murió en Quilino, Córdoba, el 19 de marzo de 1903 y sus restos se trajeron a Tucumán. Uno de los oradores ante su tumba, fue Román F. Torres. Expresó: “Silvano Bores no es un muerto vulgar que llega aquí con el cortejo de herederos testamentarios, ni le acompaña tampoco el formulismo social. Le trae en brazos el prestigio de su talento que no ha muerto. Su palabra y su pluma fueron arietes de lucha, de lucha fecunda e inolvidable. No hizo, como hombre público, partidarios ni prosélitos políticos, porque de su manto de armiño no podían caer migajas para recoger sectarios”.
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Es que “era un artista de la idea y del pensamiento. Nada salía de su alma sin pasar por su corazón, que todo lo hermoseaba con las gamas incomparables de la luz y del color. Tenía los abatimientos y las fatigas de los que luchan por lo grande. Pero no tenía las cobardías y miserias de los que se rinden y arrastran a los éxitos fáciles”.
Expresó: “la muerte de Bores apaga la luz más pura de nuestra intelectualidad. Ya los bosques y los ríos, los pájaros y las flores, no tendrán su intérprete; ya no resonará tampoco en nuestras asambleas populares, aquella palabra tan repetida y querida: ‘¡Que hable Bores!’. Porque el cantor de nuestra selva, de nuestro cielo y de nuestras gloriosas tradiciones, ha enmudecido para siempre, murmurando quizás, en su labio helado, la última plegaria a su querida Tucumán, a la grandeza de la patria y a la concordia de sus hijos. Noble amigo, que esta tierra que tanto amaste te sea leve”.