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PABLO ROJAS PAZ. A su casa de niño llegaban parientes “de todas las rosas de los vientos”.

La evocación del tucumano Pablo Rojas Paz.


El tucumano Pablo Rojas Paz (1896-1965) describe en un capítulo de “El patio de la noche” (1940) la abundante parentela que solía concentrarse en su casa paterna. “Venían los parientes de mi madre de todas las rosas de los vientos del país”, cuenta. Estaban “los Argañaraz del Chaco, recios y gigantescos, con los bigotes hirsutos, siempre callados, con el poncho al hombro, con el chala entre los labios; así también los Parellón de La Florida, obsequiosos y floridos como los reyes magos, con sus tarros de miel y sus damajuanas de guarapo delicioso”.

La lista seguía con “los Gallo de La Banda, con sus quesos de cabra, sus tunas, sus quesillos; los Gallardo de Santiago mismo, cuyas mujeres eran hábiles en el tejido de frazadas policromas. Y los Castro de los cerros, de junto a Yavi, luminosos los ojos de mirar la nieve rosa de la tarde”. Venía también doña Encarnación Tolaba, “anciana llena de gracia” trayendo la “barba del monte”, ese musgo suave que servía a Eusebia Villafañe para armar el pesebre en la Navidad.

“Y los otros, de los cuales no he perdido la memoria: los Villagrán de Alderetes, con sus naranjas de oro; los Sorol de Yerba Buena, con su arrope de tuna. Todos venían con una ofrenda para la abuela. Es costumbre del norte no viajar con las manos vacías. Magnífica condición de señores que se va perdiendo. A veces, como en Oriente, los regalos llegaban primero que las visitas. La anciana silenciosa, sabia y mandona, decía a todos de idéntico modo y con la misma advertencia: ‘Basta con tu persona ¿para qué te has molestado viniendo cargado desde tan lejos?’. Y los huéspedes contestaban siempre del mismo modo: ‘somos gustosos de esto y más que esto te debemos’”…