La curación asombró al médico Hougham.
Es sabido que el general tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid fue herido en varias de los múltiples batallas en que actuó. Especialmente serias fueron las lesiones que recibió en la acción de El Tala, en 1826, contra Facundo Quiroga, donde fue dejado por muerto en el campo. Derrotado otra vez por Quiroga, pasó a Bolivia y luego partió a Buenos Aires. Llegó en mayo de 1828. Narra en sus “Memorias” que, al arribar, “las heridas de la espalda y 15 más de la cabeza y el brazo estaban curadas”, pero seguía abierta una incisión en la costilla.
El médico Hougham le dijo que no cerraba, porque contenía un cuerpo extraño, una astilla de hueso; pero aseguró que lo curaría. Mientras, “me estaba administrando una bebida de un cocimiento de zarza, orosú y no sé qué otros ingredientes compuestos por él”, cuenta el general. La herida se cerró, pero volvió a abrirse, y otra vez se cerró. Esta última vez, de “un modo que no la había visto en todas las veces anteriores, formando una hendidura como si se hubiese contraído la carne para unirse al hueso”.
La Madrid fue a la casa de Hougham a manifestarle que ya estaba curado. El médico no aceptó eso. Dijo: “No puede ser. No sanará de firme mientras no salga el hueso solo, pues está ya casi desprendido enteramente”. La Madrid replicó. “En mi concepto no volverá a abrirse, porque veo en ella una señal que no he visto en las veces anteriores”. Y, narra, “desprendiéndome los suspensores se la enseñé”.
Al ver la herida cerrada, Hougham “se sorprendió y me dijo: ¡En efecto, ha obrado en usted la naturaleza un prodigio que no he visto en los años que cuento de médico! ¡Ha soldado el hueso y no volverá a abrirse!”.