El tucumano Aráoz Alfaro en Buenos Aires.
En sus “Crónicas y estampas del pasado”, delicioso libro editado en 1938, el eminente doctor Gregorio Aráoz Alfaro (1870-1955) dedica varias páginas a recordar su niñez en Tucumán y sus primeras impresiones de Buenos Aires, a cuya Universidad ingresó en 1886 para doctorarse en Medicina. Cuenta que la casa no tenía por entonces grandes edificios, pero “el más pobre era el de la Facultad de Medicina”.
Estaba, narra, “en una casa pequeña, alquilada, en la calle Tacuarí entre Chile y México, donde había apenas algunas oficinas y un aula un poco espaciosa que era pomposamente llamada Salón de Grados, para los exámenes de tesis”.
No había un solo laboratorio, “pues si bien existía un pequeño gabinete de Histología, en realidad los estudiantes no lo conocíamos. El anfiteatro de Anatomía era un grande y sórdido galpón de madera en un terreno baldío de la calle Córdoba”, y los alumnos de primer año “teníamos que viajar constantemente de Tacuarí y Chile a Córdoba y Junín, no sin llegar llenos de barro en los días lluviosos, tan frecuentes en invierno”. Felizmente, “las cátedras clínicas funcionaban ya en el Hospital del mismo nombre, que había sido inaugurado pocos años antes. Ni en instalaciones, ni en hombres podíamos, pues, compararnos a la Facultad de Derecho; y, además, frecuentaban la de Medicina muchachos por lo general más pobres y más modestos que nuestros arrogantes compañeros que se preparaban para el derecho y las ciencias sociales”.
Agregaba que “si la generación actual supiera cómo era entonces la enseñanza en la Facultad de Medicina, se daría cuenta de la enorme transformación que ha sufrido y comprendería cuánto hay que agradecer a los hombres que, precisamente en la época en que yo estudiaba, iniciaron su mejoramiento gradual”.