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EN EL TEMPLO. El óleo de Monvoisin retrató a una dama porteña en la iglesia. Se sienta en el suelo, junto a un sirviente, como ocurría en Tucumán.

Tucumán en 1875, según el profesor Stearns.


El profesor norteamericano John William Stearns (1839-1909) estuvo un tiempo al frente de la flamante Escuela Normal de Tucumán, donde pronto lo reemplazó George W. Stearns, su hermano. Describe John William sin mucha simpatía la ciudad que vio en 1875, en cartas familiares de Estados Unidos. La historiadora Alice Houston Luiggi ha publicado ilustrativos párrafos de esas misivas.

Cuenta que los suburbios de Tucumán “se abandonan a la pobreza y a la miseria. No hay hermosas residencias, ni villas, ni jardines. Sólo despreciable lodo y sucias chozas de barro. Las residencias lujosas están todas en un centro de la ciudad, alrededor de la plaza, entre las casas de comercio. En su origen, la gente construyó allí su casa para protegerse de los ataques de los indios, y más recientemente, para resguardarse contra las violencias y pillajes de constantes revueltas”.

Le impresionó el calor. Contaba que “durante días y semanas el termómetro se elevó a más de 100 grados (Farenheit) antes de mediodía. El sol cae verticalmente, no hay un soplo y se respira jadeando”.

Observó que “todas las mujeres -señoras, doncellas y cocineras- usan vestidos de larga cola que, suceda lo que suceda, no deben levantar del suelo. Aquí la señorita elegante va a misa temprana, seguida por una sirvienta que le lleva la alfombrita para arrodillarse. Su resplandeciente vestido color fucsia barre lenta y majestuosamente las calles, arrastrando -¿quién puede decir qué?- del vaciadero que es el centro de la calzada. No apura el paso, no se vuelve; ningún movimiento indica que ha reparado en la suciedad de la calle…”.