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APERTURA DE CLASES EN LA UNT, 1925. Desde la izquierda, el rector, Juan B. Terán; el ministro de Gobierno, Ricardo Bascary; el presidente de la Corte, Manuel Páez de la Torre; y el sabio Miguel Lillo. LA GACETA / ARCHIVO

Juicios del naturalista Cristóbal M. Hicken.


Un interesante testimonio sobre el sabio tucumano Miguel Lillo (1862-1931) se debe al destacado naturalista Cristóbal M. Hicken (1875-1933). Expresaba que “en conversaciones particulares”, Lillo le dijo que a sus primeras observaciones botánicas las practicó con el químico alemán Federico Schickendantz (1837-1892), “y que cree que le debe a él la afición a las plantas”.

“Lo cierto es que -agrega Hicken- Lillo no tuvo profesor alguno, ni texto para hacer sus estudios, y que sólo el contacto continuo con esa bella naturaleza que caracteriza a su provincia natal fue la fuente de sus observaciones y entusiasmos”.

Así, “se formó solo y sus ejemplares tenacidad y perseverancia lo llevaron a ocupar en la ciencia el elevado puesto desde el que puede ver (Lillo aún vivía), con intensa satisfacción, cómo se le hace justicia rindiéndole homenaje”. Destacaba que “la extrema escrupulosidad” de sus observaciones, daba a su palabra “el valor de una sentencia”. Y que científicos de Europa y de EE.UU. “reforman sus opiniones y corrigen sus afirmaciones ante una simple indicación de Lillo”.

A juicio de Hicken, el herbario del tucumano era “uno de los más importantes de la América Meridional”. Con Lillo, “recién empieza a tener importancia en Tucumán el estudio de la botánica” y a ser mirados “de un modo bien diferente” los estudiosos de laboratorio.

Lo consideraba “maestro y generoso obsequiante”, así como “insustituible guía”. Afirmaba que “ha determinado las colecciones particulares de más de un naturalista”, y que “ninguno ha salido de su casa con las manos vacías”.