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Los propósitos del fundador Juan B. Terán.


Ni bien asumió, en 1914, la conducción de la Universidad de Tucumán que había proyectado, Juan B. Terán se preocupó por su orientación diferente. En 1919, decía que, hasta entonces, toda la enseñanza se había destinado a preparar hombres “encaminados a la burocracia y a la politiquería”.

“Se invocan –decía- para mantener las viejas normas, tan exclusivamente literarias, y resistir las nuevas, principalmente técnicas y prácticas, la fuerza y elasticidad que da la enseñanza humanista”. Y se aprovechó para prestigiarla, “el nombre de ‘espiritualista’ con que se la apellidaba, para oponerla a la ‘utilitaria y materialista’, como llaman a las nuevas”. Ocurría que “nuestro espíritu rezuma por todas partes esa vieja herencia: así, nuestra educación atiborrada de gramática, de sistemas hechos, de falsificaciones clásicas”

Afirmaba que no quería, en Tucumán, “justificar con pompas, estériles aunque clásicas, el nombre de Universidad, aunque estamos seguros de servir a sus fines tradicionales de cultura. La Universidad de París creaba teólogos, humanistas y jurisperitos, porque la sociedad los requería, en la misma forma que hoy requiere ingenieros químicos, electricistas, mecánicos, como expresión de su espíritu, de sus necesidades. La Universidad del pasado fue un instrumento de dominación feudal, y hoy debe ser de formación de una democracia sana, fuerte, capaz”.

En suma, decía, “no es ‘intelectualista’ esta enseñanza, y con ello se ha resignado ya a perder prestigios muy brillantes y decorativos; pero es moralista, es ‘pragmática’, porque consideramos al hombre un voluntad y una sensibilidad antes que una inteligencia. Si el genio era la paciencia, según Goethe, la inteligencia ha de ser a lo sumo el trabajo”.