El gran retratista tucumano del siglo XIX
El estudioso Rodolfo Trostiné fue el primero que enfocó la obra del pintor tucumano Ignacio Baz (1826-1887). Lo considera uno de nuestros grandes retratistas del siglo XIX. “Es para Tucumán una de sus más grandes glorias, como lo es Genaro Pérez para Córdoba, Franklin Rawson para San Juan, Gregorio Torres para Mendoza”, dice. Esto en una obra cuya característica es “no presentar grandes altibajos, como ocurre con otros artistas contemporáneos”: tiene una “calidad constante”, dentro de cada una de las épocas en las que trabajó.
“Su arte es por demás sincero y refleja todo lo que su autor deseó. El carácter que Baz quiso imprimir a su pintura, es el que tiene. La firmeza la ha logrado y pudo, en los casos que así lo deseó (o lo impusieron diversas circunstancias, ya económicas, ya afectivas), producir piezas notables sin que mediara la dudosa gracia del romanticismo, que siempre predispone favorablemente los espíritus”.
Dentro de su obra “supera el ámbito de lo provinciano e ingresa en lo eminentemente nacional”. Subraya que “al decir ‘lo argentino’ no nos referimos a lo meramente folklórico sino a lo que lleva el sello de lo nuestro, de lo tradicional, dentro del panorama culto, de todo lo que fue la vida argentina en los siglos pasados, sin que sea necesario recurrir al tema gauchesco para lograr ese efecto”. Hablaba de aquello que “lleva la esencia de la nacionalidad; los retratos de criollos auténticos, que están hablando claramente de la infancia de la patria, sin tener ningún atributo que los caracterice, ni ningún entorchado que pueda recordar las guerras de la independencia”. Baz valoró todas las influencias, “pero por sobre todo, se impone el criollo y ese predominio desaparece para dar lugar a la obra auténtica y personal”. No sólo fue un artista, sino alguien que “desde su vocación escuchada, supo interpretar los ideales patrios”.