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PABLO ROJAS PAZ. Aparece a la izquierda en LA GACETA, sentado junto al fundador don Alberto García Hamilton y al periodista Ricardo Chirre Danós, en agosto de 1930. LA GACETA / ARCHIVO

Artículo del literato Petit de Murat.


“Hasta la llegada de Pablo Rojas Paz, los porteños apenas sabían de Tucumán que había sido llamado, con la florida verba de antaño, el Jardín de la República”, escribió Ulyses Petit de Murat, en 1978, sobre el destacado literato tucumano que nació en 1896 y falleció en 1956.

“Rojas Paz nos demostró que ese jardín podría parecerse, en algunos aspectos, a los que elaboraba en su fabulosa y terrible pintura el famoso Hyeronimus Bosch, llamado ‘El Bosco’ por los españoles. El escritor tucumano no hizo hincapié, con sadismo deliberado, en horrores y situaciones límite. Dio un testimonio que ha probado ser perdurable. Trabajó, para eso, en una trama de destinos oscuros y castigados”.

Así, el autor de “Los cocheros de San Blas” redimía “todas las atrocidades, simplezas, vacuidades, fanatismos e injusticias de la torpeza humana con sus aperturas líricas. No sólo en lo que respecta al paisaje nativo, sino en todos los instantes de su creación. Su dilatada capacidad de conocer lo hacía una víctima segura para el amor”.

Rojas Paz “ofreció el sacrificio de su amor constante, a una Argentina que tardaba en reconocerse a sí misma, que miraba más allá del océano y aceptaba valores venidos de allá sin discriminación, en tanto la poseía una especie de tedio anticipado para interesarse por todos los que se enraizaban con la realidad auténtica. Algo parecido, en mayor o menor medida, conoció América Latina, antes de que llegaran los días actuales con reconocimientos para tanto creador local”.

En suma, “lo dio todo: por amor, primero, y luego por la convicción de poblar esos vastos territorios con algo más que edificios, gente y animales”.