
Juan B. Terán presentó a Lizondo Borda en 1936.
El 29 de agosto de 1936, Juan B. Terán presentó a su comprovinciano, Manuel Lizondo Borda, al incorporarlo como miembro correspondiente de la Junta de Historia y Numismática (luego Academia Nacional de la Historia).
Ya por entonces, Lizondo Borda exhibía una significativa tarea de historiador. Terán decía que ella, “múltiple y constante”, pudo vencer “la inclemencia de nuestros medios provincianos, con una fidelidad imperturbable a su vocación, manifestada desde la primera juventud”. Destacaba que, en ese momento, Lizondo Borda incursionaba en “un aspecto sugestivo y sutil de los orígenes de la civilización hispano-indígena: la infiltración de voces autóctonas en el lenguaje de los conquistadores, pervivientes hasta hoy”. Era una tarea “apenas comenzada” en el país y la Junta debía estimularla. Las lenguas indígenas y su estudio comparativo, decía, constituyen “una vía sembrada de trampas”: una sola palabra puede ser “el único testigo presencial, y por tanto insospechable y a veces único, de un proceso histórico”. Aprovechaba para definir valores del oficio. Lizondo Borda era también magistrado en Tucumán. “El historiador saldrá ganando en la práctica de buscar la verdad y de hacer justicia, que son las virtudes supremas del oficio de historiador: rehusarse a las tentaciones de la pasión o de la simpatía, del halagar las ideas en boga o de confundir el papel del historiador con el del caudillo o del diplomático”. En suma, “decir la verdad, a despecho de tanto contratiempo, es lo que da el grano de heroísmo y hace la dignidad del historiador”.