La diligencia inició una era de progreso.
Expresa el historiador Enrique Romero, que las primeras galeras (o diligencias, o mensajerías) que llegaron al país, se fabricaban en España. Aumentaron rápido su número y en 1772, al crearse las postas, representaron “una verdadera era en el progreso de los transportes”.
Estos carruajes “de cuatro grandes ruedas unidas por sus ejes, sostenían la caja que constituía su interior” al que se ingresaba “por una escalerita móvil de cuatro a seis escalones, puesta en la parte trasera”. En cuanto a los asientos, “enormes bancos colocados transversalmente al eje o mirando a la parte delantera, permitían colocar en su interior las maletas de mano y los elementos de primera necesidad, como los útiles de cocina”. Tenían cortinas a los costados.
En el techo, “una baranda servía para sujetar las encomiendas y equipajes con unas guascas de cuero o lazos; en el pescante, casi siempre al nivel de este, iba el postillón, verdadera alma de la galera, dueño y señor en su dominio de experto conductor por los desiertos”. A latigazo limpio, exigía el máximo esfuerzo a los animales. El tiro estaba a cargo de “cuatro, seis o más yuntas de caballos, según la etapa a recorrer, siendo estos animales reemplazados en las postas por los que, casi siempre, les facilitaban gratuitamente los estancieros, a cambio del transporte de la correspondencia o encomiendas. Cuando el camino a recorrer era muy largo y no había postas, se llevaba una tropilla de animales de repuesto”.
Según Manuel Bilbao, “era una verdadera Arca de Noé”. En ella viajaban “el estanciero rico, el gaucho pobre, solo o con familia; el presidiario con sus grillos y los vigilantes que lo custodiaban”.