Las postas vistas por Vicente Quesada
En 1852, meses después de la batalla de Caseros, el abogado porteño Vicente Quesada (1830-1913) resolvió, desde Buenos Aires, encarar un viaje por las provincias del interior, hasta Salta. En sus “Memorias de un viejo”, con el seudónimo “Víctor Gálvez”, narraría en detalle las peripecias. Hizo el trayecto a caballo, porque las carretas eran muy lentas y las escasas diligencias no tenían un servicio regular.
El jinete iba acompañado por peones, y el equipaje, incluso la cama, “en cargueros y a lomo de mula”. Advertía que “las postas en general carecían de comodidades. En algunas el cuarto para los pasajeros tenía ‘poyos’ de material, sobre los cuales cada cual tendía su cama; con lo que llevase, porque colchón, almohadas y sábanas no se ponían al alcance del viandante”. Muchas postas bonaerenses eran aseadas.
Pero, en Santiago del Estero, el cuarto “tenía las camas más primitivas, formadas por palos tosco para asegurar un cuero bien estirado y duro. En esas camas, como en esos cuartos, había enjambres de vinchucas, y el pobre inocentón que sobre ellas tendía su recado o su colchón, sentía fiebre por la picadura de aquellos asquerosos animales, más bravíos que las chinches, más sucios que las pulgas, y que chupaban la sangre hasta quedar repletos. Una noche en tales cuartos era un verdadero suplicio”.
Era preciso apurarse para ocupar un catre, porque “no había lugar para todos”. Lo más prudente resultaba “dormir en los corredores de los ranchos, los que tenían la precaución de viajar llevando hasta el catre; y lo llevaban en el carguero, junto con la petaca de cuero, hecha para recibir los golpes al subirlas o bajarlas sobre el lomo de las mulas, cuando se mudaba de cabalgadura en la posta”. Y en las camas tendidas a la intemperie “era preciso taparse la cabeza y cubrirse bien, porque el rocío de la noche mojaba”.