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“TUCUMAN DE PASO”. Portada de la segunda edición, estampada en 1972 por Alberto Burnichon Editor.

Los recuerdos de 1947 de Julio Ardiles Gray


En una sentida nota de 1969, en la entonces “Página Literaria” de LA GACETA, Julio Ardiles Gray se detenía a evocar a ese gran escritor que fue Enrique Wernicke (1915-1968). Suponía que en Tucumán ya quedaban pocos que recordasen “cómo era su cara de soldado alemán, sus manos fuertes, sus ojos color acero por donde se le escapaban la risa y también la rabia”. Pensaba que “las nuevas generaciones quizá hayan hecho de él una leyenda: ese escritor que durante un año se aposentó en la Yerba Buena, en la casa de doña María López de Maempel, también su amiga, que se la prestó para que pudiera escribir algunas carillas con tranquilidad”.

Por ese tiempo -1947- en la zona no había nada más que esa casa, reliquia colonial, y “la avenida de tarcos que en noviembre se transformaba en un túnel lila. Wernicke me solía decir, cuando bajábamos del ómnibus en el Mástil y penetrábamos al túnel, que al final estaba el paraíso terrenal. Todo lo demás eran cañaverales”.

De noche, Ardiles se quedaba conversando con Wernicke -a quien le decían “El Rudón”-, y con su primera mujer, Ana Mercedes. “Hablábamos de muchas cosas: la guerra acababa de terminar y tenía que ser la última, los hombres organizarían la justicia sobre la tierra, la pobreza no existiría más, los poetas iban a dedicarse al canto en una eterna Arcadia. Nos acunaban ensueños y teníamos el porvenir por delante. También conversábamos de nuestros autores preferidos: Eluard, cuyos primeros poemas escuché de su boca; Jean Giono, Whitman, Thoreau: todos lo que exaltaban la vida”.

Al irse de Tucumán, Wernicke dejó un poema, titulado “Tucumán de paso”. No conozco la primera edición, de 1949, pero tengo la segunda, estampada en Buenos Aires en 1972 por Burnichon. Es una verdadera obra de arte, con tipografía de exquisito gusto. La tapa es de Lydia Tchira y los soberbios dibujos del interior son de Roberto González.