Conceptos de Aníbal Ponce sobre el prócer.
Sabido es que el gran médico, político y literato Eduardo Wilde (1844-1913) tenía una mitad tucumana. Lo era su madre, Visitación García, hermana de la célebre heroína doña Fortunata García de Garcia, que arrancó de la pica la cabeza degollada de Marco Avellaneda. En los Juegos Florales de Tucumán de 1916, fue premiado un excelente ensayo de Aníbal Ponce sobre Wilde. Merecen rescatarse algunos párrafos de ese texto, de difícil consulta hoy.
Dice Ponce que un hado contrariaba todas las inclinaciones de Wilde. “Artista de naturaleza, sólo fue un amateur cuando pudo ser un profesional; médico, dudó siempre de su ciencia; político, ridiculizó constantemente a los hombres de gobierno. De ahí que ante los ataques de sus enemigos, rota ya la coraza de su escepticismo bonachón, adoptase una actitud que fue de cinismo para unos y de firmeza filosófica para otros”.
Entre “especulaciones de Bolsa, negocios bancarios, ley de papel sellado, tarifa de avalúos, cédulas hipotecarias, él, con una deliciosa impertinencia, loaba el amor y la belleza, las dos únicas cosas que respetó su sátira”.
A pesar de sus protestas, fue un poeta sentimental. “Me quieres hacer poeta a la fuerza, le decía a (Pedro) Goyena, y en la peor desgracia que pueda sucederme, pues no he de permitirte que me maltrates así”. Y “efecto de la misma causa era su entusiasta amor por la música triste: hallaba en esas armonías, imágenes amigas de sus propias emociones. Su tristeza culta, suave, simpática como luz penumbrada, corre entre su ironía y su piedad, dando a su prosa inefables matices de ternura”. Opina Ponce que los escritores más exquisitos y más raros, son los que “unen un espíritu irónico a un alma tierna”.