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EN EL CERRO. A fines del siglo XIX, el fotógrafo captó a este grupo descansando bajo los árboles, durante una excursión. LA GACETA / ARCHIVO

El cuadro maravilló a Alberdi, en 1834.


“Una de las bellezas que arrebatan la atención del que llega a Tucumán, son las faldas de las montañas de San Javier”, escribió nuestro Juan Bautista Alberdi en 1834. “Sobre unas vastas y limpias sábanas de varios colores, se ve brillar a la izquierda un convento de Jesuitas que parece que estuviera suspendido en el aire”.

Al norte, “sigue la falda de San Pablo, cuyo declive rápido deja percibir el principio y fin de unas islas de altísimos laureles que lucen sobre un fondo azulado. Una vez penetré en los bosques que quedan al occidente del pueblo, por una calle estrecha de cedros y cebiles de quince cuadras, al cabo de la cual se abrió repentinamente a mis ojos una vasta plaza de figura irregular”.

“Este lugar es la Yerba Buena”, continuaba Alberdi. “Está limitado en casi todas direcciones por los lados redondeados de muchas islas de laureles, por entre las cuales a veces pasa la vista a detenerse a lo lejos en otros bosques y prados azules. Al oeste es coronado el cuadro por las montañas cuyas amenas y umbrosas faldas principian en el campo mismo”.

Alberdi penetró en ese bosque, que le pareció similar al que pinta Dante de la entrada al Paraíso. Sombreaba su cabeza “unos laureles frondosos” y siguió el rumbo que le marcaba un arroyo tímido y dulce” con sus orillas adornadas por “bosquecitos de una vara de alto de mirto”.

“Poco a poco nos vimos tapados de una espléndida bóveda de laureles, que reposaba sobre columnas distantes entre sí. Me pasmaba la audacia de aquéllos gigantescos árboles, que parecían que pretendían ocultar sus cimas en los espacios del cielo”.